Hay veces que…, cuando escucho por sorpresa una burrada, una especie de líquido alquitranado y espeso encharca mis vísceras. Mis ojos se entrecierran, mi respiración se enlentece, y soy poseído por un espíritu funesto. Esos momentos son complejos, porque si no me convierto en un criminal, es -siendo honesto- por una mezcla de tolerancia innata, cortesía aprendida, pizca de vanidad magnánima, y miedo a que ese fascista enorme me meta sus ideas a golpes en la sesera.