Sus artículos

Mi abuelo estuvo en la guerra. Me enseñó a no correr en los bombardeos, a calentarme bajo la lluvia, a diferenciar los tipos de piojos, a pasar hambre y sed sin quejarme. Su mejor regalo –aún los tengo– fueron unos prismáticos soviéticos, marca zénit. “Para cuando vayas a la guerra” –me dijo muy serio– “sé buen chico, y si alguien tiene que morir, que sean ellos”.

Este Primero de Mayo, estaba contemplando el desfile multicolor, cuando me encontré con un disidente, que manifestaba que el sindicalismo era una puta mierda. ¡Qué buena oportunidad para el diálogo!

 

En 1922 le dijo Lenin a Bujarin que escribiera algo sobre los anarquistas, que él andaba muy ocupado. Bujarin se aplicó a ello con diligencia, y estableció las tres diferencias fundamentales entre comunistas científicos y anarquistas (1).

 

El asunto de la polaridad organizativa, tal como yo lo veo, es el siguiente: una mujer que pide para dar de comer a sus niños es un problema. Un trabajador despedido por represión sindical es un problema. Un levantamiento fascista es un problema. Un gato que hay que sacar de un pozo es un problema.

Una petición para que explique si la existencia de la CGT se debe a un repugnante complot del Estado para destruir a la CNT. Buena pregunta. Contextualicemos el contexto histórico. 

 

Este prejuicio tan fuertemente arraigado en mí, tiene el siguiente fundamento. Como anarquistas, de forma dogmática y protocolaria, es decir, que es así y así tiene que ser, pensamos que quien mejor capacitado está para tomar decisiones en torno a aquello que a uno le afecta, es uno mismo. Uno puede tomar malas decisiones, como el que se electrocutó metiendo los dedos en un enchufe para ver si había corriente. Pero al menos tomó su propia decisión.

Comento hoy el discurso que dice que los disturbios que se provocan el 22-M, aún debiéndose a distintas causas, tienen un punto de origen indeseado en la llamada violencia gratuita. La violencia gratuita sería aquella que se hace porque sí, porque proporciona un placer personal al que la lleva a cabo, que suele ser un tanto sociópata. 

 

Esta mañana me llamaba Cristina Cifuentes para pedirme consejo sobre la actitud que debía tomar frente a los manifestantes que estos días han demostrado tal saña en enfrentamientos, que uno ha perdido un testículo, y otro un ojo por disparos de pelotas de goma (1) –¿Cómo pueden ser tan malvados?-–  me preguntaba a pava.

 

Lo que a continuación te escribo es una sucesión de notas sueltas sobre mis impresiones de la Marchas de la Dignidad, y digo marchas porque en ningún momento fue algo monolítico y unitario, sino una mezcla de sensibilidades e intereses. Yo he participado en las marchas en algunas etapas, aunque por cuestiones del trabajo, fui al final en autobús y el ambiente ha sido en general formidable.

Te lo cuento y quiero que lo pongas como mejor sepas. Ayer (22-M-2014) cogimos un Seat Ibiza y nos fuimos a Madrid a las Marchas por la Dignidad. La decisión fue de última hora, salimos a eso de las doce de mediodía. Íbamos tres y yo me acomodé en el asiento de atrás. El viaje hubiera sido muy tranquilo, de no ser por la cantidad de veces que tuvimos que pararnos para mear, ya que por ser personas mayores, tenemos las próstatas hechas polvo.

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