Hace un par de semanas, apoyado en un semáforo, leía en el periódico una noticia sobre los estudiantes que iban a tener que abandonar la Universidad por el endurecimiento de los requisitos para acceder a una beca. Una señora de unos cuarenta años, pelo castaño, algunas arruguillas, vestida con el uniforme de Mercadona, vio la noticia, me miró y me dijo muy resuelta, que este mundo era injusto, que no debería existir el dinero, y que todos tendríamos que tener las mismas cosas y ser iguales.