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Llega la Semana Santa, y de nuevo la horda católica enloquecida invade las calles paseando sangrientos tótems, medallones, cirios y uniformes puntiagudos.

Así pues, amigos y amigas anarquistas, hablando del carisma, imaginemos la situación: Él está hablando a cien mil seguidores; una joven madre con su hijo de ocho años rompe el cordón de seguridad; Él ordena imperioso a sus hombres que no la golpeen más, le pide que avance; va la madre —temblorosa, suplicante— y le enseña al niño hiperactivo —que el cabrón no para ni un segundo¬—; Él le pone la mano en la frente murmura qué sé yo; el niño se paraliza, corre a sentarse y se pone a estudiar el Imperio Bizantino; la madre se desmaya; la multitud exclama «¡Milagro!»

Estábamos hablando de lo del símbolo convertido en carisma personal. Pues pasa lo siguiente: hay un individuo que en virtud de sus cualidades extraordinarias, gran oratoria, gran heroísmo, gran futbolista y gran todo en general, se va convirtiendo en símbolo de unión, asumiendo todas las cualidades positivas del grupo. Quien contempla al Jefe en medio de la multitud, entre cánticos, banderas y música militar, se siente parte de algo importante, enorme…, siente crecer su carajo. Es ilusorio, por supuesto.

Bueno. Antes dije que es imposible conocer la receta para que tú seas una persona con carisma. No existen cursillos de formación sindical para líder carismático. El carisma, cuando es puro, es algo personal que se consigue por una suma de cualidades y circunstancias variables. Hitler, de haber nacido en Uganda, no se hubiera comido un colín porque al primer discurso se lo hubiera zampado una hiena, con la consecuente indigestión. Así que, cualidades extraordinarias en el momento y lugar correcto. Suerte, aptitud y actitud unidas.

En el mundo dominado por el carisma, el mundo de Hitler y del Dalai Lama, de Stalin y de Jesucristo, siempre prevalece una persona. Muy difícil que medren dos líderes carismáticos en torno al mismo proyecto. Uno tiene que superar siempre a sus rivales, o bien hacerlos desaparecer de algún modo, suicidio con pistola, pirañas asesinas, expulsión asamblearia… Al redor del Héroe Militar, del Profeta Preclaro, del Hombre Providencial, medra un cuadro de entusiastas enchufados. Él los pone y los quita a su antojo. Y detrás, la multitud de fans.

La palmó otro líder carismático. Una cola de treinta kilómetros de adeptos en fila, recorren lentamente el camino que les conducirá hasta el fiambre. Pocas veces tanta gente estará pendiente de ver una momia embalsamada, y cuya conciencia se disuelve ya en el infinito. Frente al féretro, las reacciones son diversas. Desmayos, mareos, revelaciones, lipotimias, saludo marcial, crisis cardiacas prontamente atendidas por los voluntarios de emergencias. Banderas nacionales al viento y música militar por atronadores altavoces que hablan del PP (Pueblo y Patria).

Siguiendo con el tema de la Policía Desarmada (1), en cuanto se corriese la noticia de que no te dan pistola en Las Siete, cundiría el pánico entre los bravucones. Habría dimisiones de los más burros, y en cambio se alistarían en el cuerpo gente inteligente, valerosa, dotada de perspicacia, de esos que en la tele salen olfateando líquidos sospechosos. Téngase en cuenta que la policía española está poblada por miles de vagos buenos para nada, y por auténticos trogloditas salidos de bandas radicales de hinchas de ultraderecha (o peores).

Resulta que al hijo de mi siquiatra, cuando iba tan tranquilo en el coche con su madre, los pitufos se le saltaron un semáforo rojo y le embistieron de costado. El coche quedó para el arrastre y él de las cervicales. Los polis, muy solícitos y muy amables, les ayudaron a rellenar el parte amistoso mientras estaban conmocionados. Conclusión: madre e hijo han tenido que ir al juzgado. El juicio ha sido —al parecer— algo notable. Los policías mintieron a destajo, y la jueza —que según la siquiatra era subnormal—, les creyó, faltaría más.

Esta mañana hacíamos terapia de grupo en el local de la Asociación de Vecinos, y una loca, la Mari, estaba que echaba chispas comentando el Debate de la Nación esa. Aseguraba que ese espectáculo era un error de la Naturaleza.  Esos tipos, peores que Drácula… ¿Iban a irse de rositas? Mi respuesta:

— Sí claro.

¿Cómo pueden tener tan poquísima vergüenza? ¿Cómo pueden tener tantísima cara, y tan dura? Bueno, la pregunta es absurda. Desde que Julio César asesinó a Calígula a puñaladas,  sabemos que ellos, para conseguir sus objetivos de Poder, Dinero y Sexo, son capaces de comerse crudo a un hijo.

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