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Ayer fue el día contra la violencia de género, que ha pasado sin pena ni gloria por culpa del independentismo catalán, causa de todos los males. Bien, ¿Qué me parece que se celebre semejante día? El de la violencia me refiero, no el de las elecciones. Bien, me parece bien. Hay una ofensiva ideológica por parte de los sectores reaccionarios que se resumen en: si bien las mujeres están jodidas, los hombres tampoco lo pasan bien, con el agravante de que las mujeres son unas lagartas. Hay que aclararlo.

Todos los candidatos se congratulan con la gran participación en las elecciones catalanas. Altísima. Todos llamando a los ciudadanos a participar, a votar en unos comicios históricos en los que no se sabe muy bien qué es lo que se vota, porque todo es interpretable, pero que son muy importantes. Esto decían: Herrera pide participación: "Hay en juego muchas cosas". Rivera pide una participación masiva para unos comicios "excepcionales". Camacho anima a "participación masiva" porque está en juego "la convivencia".

Me sugieren, porque ha pasado la campaña electoral catalana sin pena ni gloria en mi columna, que diga algo, ya que el momento es histórico y no se repetirá. Vale. Elecciones en Catalunya. Me envía el nota un video del DRY (1), que asegura que la abstención beneficia a CIU, que si vota mucha gente CIU no obtendrá mayoría absoluta. Bueno, dejando a un lado las encuestas, eso será si los abstencionistas que deciden implicarse, no votan a CIU. Porque si un millón de absentistas se ponen a votar a CIU o a Ciutadans, ya me dirás.

¿Cuál es ese impulso loco que nos lleva a fiarnos de dirigentes y trepas, y a creer en cosas absurdas e irracionales? Vamos al ejemplo práctico. En los años sesenta Jim Jones era una persona medio normal, con ganas de hacer el Bien. Primero se metió en el Partido Comunista Americano, pero los camaradas no cumplieron sus expectativas, y decidió hacerse Pastor de Cristo, como Ratzinger, solo que comenzando de cero.

Esta noche a las 00:00h., 14 de Noviembre diversos sindicatos y organizaciones llaman a la huelga de trabajo, huelga de consumo y huelga de todo. La idea es: no fiches, no compres, no lleves los niños al colegio, no llenes el depósito, corta la luz, no hagas nada de lo que ellos (Canalla&Company) esperan que hagas. Detén la producción, la distribución y el consumo. Detén el capitalismo.

Oooootro informe de mi espía en Burgos… Y la cosa es un tanto surrealista. No sé qué habrá comido últimamente que parece un tanto espeso. Mi espía me dice que hay una conspiración gay-feminista para volver maricones a los hombres, punto primero. Que la mujer ha perdido su lugar natural que es el del hogar y el de la crianza, punto segundo. Que el medio rural era un idilio comunero-asambleario cuando el Cid Campeador, punto tercero. Que el Islam quiere convertirnos en esclavos a los cristianos, punto cuarto.

Por motivos casuales, me relaciono con los más resistentes especímenes de la Península Ibérica, seres que no se han rendido al salario y a la sociedad de consumo, y que por ello, están legitimados para hablar de lo que se les apetezca, poniendo a caldo los pilares de esta sociedad corrompida.

En mis buenos tiempos de cabo del ejército, cuando nos enfrentábamos a enemigos superiores en número, en material, en armamento, en comida, en dinero, en buenos oficiales, en moral de victoria, en salud, en entrenamiento, en inteligencia, en valor, en determinación, en planificación, en espías y, en general, superiores a nosotros en todo salvo en número de piojos, recuerdo que, para levantar los ánimos a mis hombres ante el frío, el hambre, y la humedad, les decía todas las mañanas: “no, hoy tampoco podemos rendirnos”.

Me pide un joven ilusionado que le cuente alguna batallita de la guerra, para coger ánimos. Ahí va. En el año de 1979 Centroamérica era un punto caliente. El Frente Sandinista se hacía con el poder en Nicaragua, y en El Salvador, el Farabundo Martí de Liberación Nacional, iban a iniciar una ofensiva que esperábamos que acabase con la dictadura militar por la vía rápida. Huelgas, encierros en iglesias y embajadas, manifestaciones, no llevaban al pueblo al poder. Así que la lucha armada parecía lo más eficaz.

Es decir, ¿qué clase social es la que hará la revolución? Marx decía que era el proletariado. Pero claro, pasa el siglo XIX, pasa el siglo XX, y las clases subsisten como si tal cosa. Es más, allí donde se hacen las revoluciones socialistas, aparecen nuevas clases: los apparatchik, las nomenklaturas, los del sistema, los de la estructura, todos chupando del bote.

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