En mis buenos tiempos de cabo del ejército, cuando nos enfrentábamos a enemigos superiores en número, en material, en armamento, en comida, en dinero, en buenos oficiales, en moral de victoria, en salud, en entrenamiento, en inteligencia, en valor, en determinación, en planificación, en espías y, en general, superiores a nosotros en todo salvo en número de piojos, recuerdo que, para levantar los ánimos a mis hombres ante el frío, el hambre, y la humedad, les decía todas las mañanas: “no, hoy tampoco podemos rendirnos”.