Sus artículos

No hay remedio para las ideas extraordinarias e irracionales. Por fantásticas que sean, como se le metan en la mollera a la prestigiosa audiencia, no salen de allí ni con tenazas. Hoy me refiero no a las ideas extraordinarias de los que van a votar a opciones llamadas minoritarias. Vamos a comentar, como el que estudia las entrañas de un besugo, a los millones de obreros, pobres y menesterosos, que van a votar al PP. Eso sí que da que pensar.

Hace unos meses un preso falleció de Huelga de Hambre en la cárcel española. Se llamaba Tohuami Hamdaoui. En este caso no se trató de una de las causas habituales con las que la población reclusa es finiquitada[1]. Esta vez el preso puso sobre el tapete una reivindicación: que se revisase su caso.

Complicadísimo eso de dar en el clavo con los ojos vendados, las manos atadas y sin martillo. Los que a pesar de todo piensan que hay que votar, la pregunta es, ¿a quién? Porque claro, si resulta que el voto es un derecho, una herramienta, una posibilidad, todo eso que cuentan los que aseguran que votar no es incompatible con el derecho a reunirse, a protestar… ¿A quién hay que dar el voto? ¿Al mejor candidato? ¿Al que puede ganar? ¿Al que puede perder?...

No convencen mis explicaciones de lo razonable de abstenerse en las próximas elecciones a los partidarios del voto. Me dicen que ridiculizo las opciones de los partidos minoritarios que tienen posibilidades de romper con el bipartidismo. Así que vamos a hablar hoy de esa entelequia.

Recibo dos cartas instándome a que aclare, dentro de esta serie que estoy dedicando a la difusión del abstencionismo electoral, el por qué los electores parece que siempre votan para que gane la peor de las opciones posibles y a aquellas personas que están más en contra de sus intereses. Aunque creo haber hablado de este tema en otras ocasiones (1), vamos allá.

Qué cantidad de gente se está haciendo estos días masturbaciones mentales increíbles para que la gente vote. Y qué estupideces repiten como discos rayados, sin ponerse a pensar brevemente en lo que están diciendo. Una de ellas ese gargarismo de que si uno no vota «luego no puede quejarse». Un burro rebuznando a la luz de la Luna es más melodioso. Claro, esa tontería la lanzaría en su día un comité estatal de enchufados, que están atrapados en el vórtice de un agujero negro y no pueden salir de ahí.

Trastornados con el abstencionismo recalcitrante que predico, me reprochan los partidarios del electoralismo que abstenerse es beneficiar a los grandes partidos, y que si no votas luego no podrás quejarte. Je, tururú, a ver si ya ni quejarse va a poder uno. Son todo pamplinas. Cuando alguien te diga eso de los beneficios, pregúntale a quién vota y cuál es la opción política que más detesta.

 Se acercan otras elecciones en las que el gremio de encuestadores asegura que va a triunfar la derecha cavernícola. Es curioso, con la que hay liada, y la gente va a votar a la banda de señoritos. Pregunta: ¿por qué vota la gente pobre a la derecha? Pues podría ser porque el pobre sabe que si gana la derecha, al obrero le ponen la soga al cuello, y a los ricos, felices, lo mismo les da por contratar gente.

Me piden que comente ambos temas, y la verdad es que no sé qué decir, porque el día que ETA lanzó su comunicado, ya estaba todo dicho. A esas horas, el coronel Gadafi intentaba reorganizar a sus fuerzas. Aviones de la OTAN lo hirieron, y los milicianos le hicieron un juicio rápido a corta distancia.

Asisto como periodista acreditado a una reunión de delegados del sindicalismo radical, para preparar las maniobras que den lugar a una jornada de pelea, huelga o similar, que salve el honor sindical al margen del sindicalismo canalla.

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