Sin noticias de Julián, me decido, tomo el autobús, y tras caminar los dieciocho kilómetros que hay desde la salida del pueblo hasta su choza, allí está, disfrutando del sol del atardecer, cociendo unas acelgas. El campo es su hogar, el agua es su bebida, el crepúsculo es su inspiración, las acelgas la cena. Nos saludamos.