Tres preguntas clásicas
Llegan esta semana tres preguntas de tres compañeras. Esta es recurrente, clásica: ¿Por qué a pesar de todos nuestros esfuerzos, a pesar de presentar nuestras reivindicaciones de manera racional, valerosa, atractiva, nuestras actividades atraen a tan poca gente? ¿Por qué las personas parecen creer más en abstracciones como Dios, la Patria o el Dinero, que en las personas reales que aman, viven y sufren? Ay… ¿Os han dado un revolcón militando? Ánimo.
Vale, pues por muchos motivos. Ya hemos hablado de ello otras veces: nuestra invisibilidad no es buena compañera; hay resistencia al cambio y adhesión a la rutina. Está la educación y la costumbre, que pesan mucho. Y está el problema de que lo que somos, a veces, deja mucho que desear. Para que el pueblo avance, hace falta fuerza, hace falta deseo de cambio, hace falta ser bueno de verdad. La tarea del militante es dura, porque es el que lucha según su criterio, piensen lo que piensen los demás.
Bueno, de esta cuestión se deriva esta otra: toda esa gente que colabora por activa o por pasiva con los que les dominan, ¿son culpables? A ver, ese planteamiento es un error. ¿El león que nace en el Circo y que es desbravado de cachorro, es el culpable cuando pasa por el aro? No. La víctima está constreñida, pero no es culpable. Cierto que los humanos tenemos capacidad para decidir cambiar. Pero las opiniones fuertes y las decisiones en consecuencia, hay que currárselas. Si te llegas a un católico a decirle que Dios no existe, por más argumentos que le des, no te entenderá. Para que te comprenda y rechace su sistema de creencias, tú necesitas fuerza, valor, capacidad constructiva.
La última pregunta es esta: ¿no serán nuestras organizaciones anarquistas un freno para nuestra actividad anarquista? ¿No es mejor zambullirse en organizaciones que aunque no sean libertarias, sean más grandes y atractivas que las nuestras? Cierto que un anarquista militante, con quien tiene que estar arrimando el hombro, es con quien no es anarquista pero podría serlo. Para actuar no te vas a quedar en tu pequeño grupúsculo, cierto, hay que entrar en el charco sin dudarlo. Pero el lugar donde se encuentra a los compañeros, donde se aprende a construir reconocimiento mutuo, sentimientos de afinidad, aspiraciones comunes, solidaridad específica, objetivos colectivos, tácticas y estrategias propias, es en la organización de los anarquistas, así que no tienes que renunciar a ella. Si el pueblo mira con desconfianza o desinterés nuestras asociaciones, lo que tenemos que hacer es acreditarlas, mostrando que somos los más, que somos los mejores en todos los sentidos, que damos la mano al compañero, y que nuestras ideas van a cambiar el mundo.
Racionales y escépticos. Tenaces y apasionados. Solidarios y edificantes. Somos los anarquistas, los albañiles de la no-dominación, los obreros de un mundo sin mando ni obediencia. Lo que es de uno es de todos, lo que es de todos es de nadie, lo que es de nadie es de uno.
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