Ayer enterramos a Pedro, un albañil del barrio. Estaba a tres metros de altura. El compañero le llamó. Al volverse perdió el equilibrio, hizo el gato y se mató. Deja una viuda que se ha quejado una y otra vez de que la muerte de su marido “ha sido muy tonta”. Y tanto señora, como tantas.
El entierro fue sobrio. Ahora en el cementerio no te ponen los ladrillos, sino que te plantan una plancha del tamaño del nicho, y a volar. Eché de menos a la reina llorando, al presidente Zapatero, las banderas a media asta… ¿Por qué no?