¿Qué dirige nuestra conducta? La ética anarquista contra la moral instituida
del Periódico Anarquía de Uruguay
No somos moralistas, sino que tenemos una ética que no nos lleva a una libertad esencializada, futura, ahistórica, sino que está hecha de libertad presente. Una libertad, la nuestra, situada, dependiente del momento, lugar, etc., una ética relacional que nos hace querer disfrutar sin dañar a los demás o a nosotros mismos. Lo que intentamos hacer es quitar a cada paso, de la dirección de nuestra conducta, las leyes universales, abstractas y basadas en el miedo, la dominación y la impotencia.
Esas leyes universales que se aplican a cualquiera en cualquier circunstancia, la cambiamos por una ética de las potencias transformativas, de afirmación de la libertad. Ya no se trata, entonces, de un yo absoluto, que se guía "en solitario" por unas leyes universales, sino un yo en relación con lo demás y los demás, que se potencia en esas relaciones. Que busca afectar positivamente, que es afectado también. Que sabe que en la relación es posible y que no busca sumirse en relaciones que lo perjudican.
Ya no se trata, entonces, de el Bien y el Mal absolutos, universales, pre-experiencia, sino de afirmar en las relaciones lo potente, lo libre. Se trata del desarrollo de nuestras capacidades, que nos lleva más allá de los límites, eso es, que nos hace crecer, cambiar. Entonces, "bien", como en "esto es bueno" o "esto nos hace bien", ya no va en mayúscula pues no existe sin las circunstancias, las particularidades que lo conforman. Lo bueno pasa a ser todo aquello que nos hace más potentes, libres, felices. Lo malo, a su vez, pasa a ser todo aquello que nos achica, nos detiene, nos limita. Lo malo es lo que en la relación nos produce impotencia, lo bueno, por el contrario, aquello que nos impulsa, que en la interacción desarrolla nuestras potencialidades. Ese es el sentido que damos a las palabras de Bakunin acerca de que los demás son la condición de posibilidad de nuestra libertad y no un freno, un límite.
Relacionarse con los demás puede desgastarnos, limitarnos, o sea, producirnos en un momento determinado, cosas negativas, que nos afectan negativamente, pero también puede colaborar con la libertad, o sea, producir en el momento afectaciones positivas. Afectarnos positivamente tiene que ver con la vida, con la capacidad de crecimiento, de desarrollo, de autoorganización de lo viviente, con la potencia de existir que todos tenemos.
En el capitalismo, el marco que el liberalismo le suele dar al desarrollo es el de la "guerra permanente". Se suele presentar lo real como un mundo de carencias, de impotencias y guerra de todos contra todos (también contra la naturaleza como algo separado de lo humano). Dentro de ese imaginario social, de ese marco de pensamiento, el resentimiento funciona muy bien. Nos "regocijamos en la impotencia", los demás (convenientemente) se convierten en enemigos posibles, contrarios, límites para nuestra superación, "escalones" que debemos pisar para crecer o afectaciones solo negativas.
En una ética anarquista, la eterna "repetición de lo mismo", la repetición embolante, la limitación de unos a otros, el resentimiento como política común, es subvertida. Los demás, como bien lo había mostrado Kropotkin, también son esa parte de nosotros mismos que nos mueven a desarrollarnos, a cambiar, a ser más aptos, mejores y que nos hacen afirmar nuestras potencias de vivir con más intensidad. Mucho se ha mostrado en los últimos años acerca de la capacidad autoorganizativa de la naturaleza y de cómo cada uno de nosotros, en si mismos, somos una organización hecha de elementos que conviven y que se equilibran constantemente, lo social tiene ese potencia.
En la interacción potenciadora está la clave revolucionaria, así como en el aislamiento, la repetición de lo mismo y en el miedo está la clave de cómo vence el capitalismo. Por eso los anarquistas buscamos la interacción, el salto al abismo de lo posible. Sabemos que con los demás iremos dando soluciones nuevas a viejos problemas. El capitalismo no solo busca el aislamiento sino imponer el marco simbólico, político y sentimental, para que se justifique el aislamiento. El resentimiento, el transformar a los demás en enemigos posibles es una clave de su victoria circunstancial. Lo opuesto a eso no es la idealización de las personas, otro marco abstracto y mentiroso, no es presentar el reverso del mundo empresarial capitalista, sino mostrar las interacciones en su potencialidad. La gente no es buena o mala sino posible.
A diferencia de su moral, nuestra ética se fortalece con la experiencia del relacionamiento potenciador. No dice que con un chasquido de dedos nos haremos más felices o libres. Impulsa, por el contrario a crear esa felicidad y libertad como momentos de potenciación y no de sacrificio, no entierra o invisibiliza el dolor, el miedo, la vulnerabilidad, las toma, las enfrenta y no les permite convertirse en fundamento de la vida.
R
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