La guerra que queremos y necesitamos
Alguna vez he comentado que a mí lo que me asombra de la guerra no es el aspecto humanitario. Al fin y al cabo en todas las guerras hay civiles huyendo, civiles muriendo, soldados ejecutados, torturas, saqueos, violaciones, niños huérfanos y todo eso. A mí lo que me asombra, es el tema de la logística.
Actualmente tienen en la guerra de trincheras de Ucrania ambos ejércitos a cerca de medio millón de hombres. De ellos en primera línea hay unos cien mil. El resto se ocupan de tareas de lo más diversas, porque para que esos cien mil tíos puedan matarse a su gusto, hay que llevarles diariamente comida, agua, ropa, aspirinas, munición, gasolina, aceite de motor, piezas de repuesto, vodka, tabaco, tiritas… Y además llevan ese condumio en camiones que están bajo fuego de artillería de precisión, drones, misiles, minas, katiuskas, órganos de Stalin…
Y ahora, sincroniza todo eso: saber dónde está la gente, a dónde tienen que llegar las cosas, qué falta, qué sobra, cuál es el peligro, cómo atraviesas el frente hasta la primera línea, que son 30 km…
Cuando la guerra empezó en Ucrania, allá por 2014 con la invasión de Crimea y del Donbas, el ejército ucraniano no era gran cosa: 2.206 millones de euros. Llegando a 2020 ya estaban en 5.659 millones de euros. Comparando con el gasto en salud, de 3000 millones por esas fechas, la cosa había mejorado. Pero el ejército ucraniano seguía siendo un ejército más bien patatero. Armamento antiguo y soldadesca muy ajustada. Actualmente para el lío ese de la destrucción mutua, tienen un presupuesto de 12.000 millones de euros, sin contar con las aportaciones de la OTAN y de la UE. Y con eso, se enfrentan a un ejército moderno como el ruso, que también incrementa su presupuesto…
¿Cómo es posible, que una nación, Ucrania, que es la economía número 54 por volumen de PIB, y con una deuda pública en 2021 de 80.303 millones de euros (47,59% del PIB), esté dando esa caña a la Federación Rusa? Por supuesto, está la ayuda militar de la OTAN y la UE, con espionaje, equipos de precisión, etc. Pero lo que se demuestra es que los Gobiernos, si les interesa, sacan para la guerra dinero y gente de debajo de las piedras. Gracias a eso, y a una eficaz logística científica, han muerto ya como cuarenta mil soldados de ambos bandos, y multiplica por cinco los heridos de diverso grado. Más los que han quedado majaretas. Más millones de desplazados por toda Europa. Y todo… ¿Para qué? ¿Por qué? ¿Qué hace que miles de tíos estén con barro hasta los huevos pelados de frío en agujeros personales, mientras les bombardean drones de fabricación iraní o turca?
Es evidente que si la gente es capaz de llevar a cabo ese sacrificio insensato, podríamos fundar un mundo pacífico y justo declarándole la guerra a la pobreza. Con una buena logística lo conseguiríamos en unos pocos de meses. Y así, en lugar de crear seres amargados, resentidos y paranoicos, estableceríamos unas relaciones amistosas y podríamos cuidarnos de forma amable unos a otros. Se trata, simplemente, de elegir el tipo de guerra que queremos.
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Comentarios
FIFOTAN, la ilogística y las otras guerras.
Un periodista crítico calficaba a la FIFA como organización criminal. Diría que la federación internacional de fútbol ha abierto una nueva guerra, en la que lxs muertxs son invisibilizadxs o tratadxs como vivxs, simplemente porque lo consumen todo apasionadamente y porque son de una letalidad diferente para alimentar el patriotismo, a la que proponen las guerras.
Toda esa inmensa logística que tanto te asombra, no necesita de ninguna organización militar. El mundial de fútbol en Qatar ha movilizado a miles de personas que han atravesado medio mundo y cruzado mares y desiertos para agitar las banderas de sus países y llorar a lágrima partida, tanto si gana su equipo como si pierde. Es un escenario concienzudamente preparado, en el que también hay bajas, muertes, héroes y villanos..., solo que las muertes en el Mundial de fútbol no se exaltan con elaboradas narraciones épicas y gloriosas, sino con la discreta ocultación y silencio para no despertar a las masas de su trance onírico.
Sin embargo, los presupuestos millonarios para organizar ese vacuo espectáculo, son mayores que los destinados a cualquier confrontación armada, así como las muertes también, porque a los miles de trabajadorxs que han muerto por las inhumanas condiciones laborales (condiciones para trabajadorxs consideradxs infrahumanxs por ser pobres de solemnidad en países empobrecidos), hay que sumarles los miles de zombies, o muertos vivientes, que babean escandalosamente por el gol de sus ídolos y berrean su histriónico patriotismo por los rincones de un país tan artificial como irreal, pese a estar construido por personas humildes de carne y hueso.
Alguien decía que vivir el mundial le hacía olvidar, por unos instantes, la miseria y la pobreza que les acompañaba el resto de sus días. Diría que el patriotismo también es ese olvido de todo lo que te roban por la exaltación de una hipotética patria, que solo te ofrece la indigna oportunidad de morir "heroícamente" por ella.
Miles de personas sin apenas logística propia ni organización común, se encuentran todas en un mismo lugar y no movidas por aspiración revolucionaria alguna o para construir libremente un proyecto colectivo, sino para gritar y entonar el himno patrio, henchidos de un infame emoción tan criminal como autolesiva. Es otra forma de invadir y colonizar territorios. Y además, se reproduce algo tan perversamente extraordinario que hasta olvidan encontrarse bajo una ley seca o que inconscientemente han peregrinado llevados por una absurda fe, tal y como se hace a los infames "santos" lugares, en los que el dios balón arrebata toda voluntad y atención, de manera que no les permite percibir nada más que el fervor de esa posesión. Ese patético patriotismo que les mueve y que les da un ilusorio sentido a sus vidas, les impide distinguir que las líneas que marcan el terreno de juego, no son las habituales blancas, sino rojas como la sangre sobre el verde tapiz del dinero.
El deporte lo blanquea todo y es mucho más efectivo, para el arranque criminal y patriótico, que las guerras; pues con los fascinantes rituales que se rodean estos espectáculos, se mistifica el escenario con todo tipo de espejismos simbólicos que provocan la enajenación colectiva y la desposesión, por esa otra forma de patriotismo que los despersonaliza y transforma en posesos de las manifestaciones de una misma histeria. Les dan una nueva identidad, ficticia, antinatural y una nueva unidad en el destino que encuentra su "no lugar" en el siguiente mundial.
En todo este espectacular delirio global, la humanidad subyugada y esclavizada no existe a pesar de ser sobre quienes cargan el peso de tamaña fastuosidad y derroche fratricida. Asistimos a unos trascendentales momentos históricos, en el que los retrocesos en las más elementales libertades, se pueden acometer, como hacía el imperio romano, con menos pan, pero más circo. Un espectáculo que pueda ser lo suficientemente catártico para que los seres humanos pierdan su identidad e incorporen las de sus Estados. No hay manera más efectiva de invisibilizar al opresor, que incorporarlo dentro nuestro. Y eso es posible con el terror del torturador o haciendo que este mismo, oficie un fascinante ritual que provoque tal trance, que nos induzca a asumir sus valores como nuestros. Es la misma sublimación perversa y excluyente que provocan con la esclavitud posesiva que engendra el consumismo de mercancías.
Ver y proyectar la guerra o la pobreza en otro lugar distante, nos dificulta distinguir las infinitas guerras que también se libran a nuestro alrededor y en las que las muertes forman parte de estadísticas ajenas a las militares. Para conseguir este simulacro de vida con la cultura de la muerte, no se precisa un enorme despliegue logístico porque las estructuras de opresión y dominación, siguen intactas y en vías de expansión. Si no, piensa por un momento cómo una corporación yanqui, puede llevarte hasta la puerta de tu casa, un producto que han producido y confeccionado por trabajadorxs en una remota población de Asia, con materias primas extraídas por personas de algún desconocido lugar de África y que ha pasado por puertos de medio mundo antes de recalar en los almacenes de reparto de una población cercana. Personalmente, no me asombra, me consterna y desconcierta sin ánimo alguno de admiración. En ese logística enajenante, de nuevo, las estadísticas mortales se camuflan, no aparecen y nadie se pregunta por ellas cuando el repartidor llama a la puerta.