A favor del referéndum

Me preguntan que si estoy a favor del referéndum… Hombre pues claro, menuda pregunta. Para poder responder a esa cuestión, me hice lo que me aconseja mi terapeuta ocupacional: una lista en dos columnas con las cosas a favor, y las cosas en contra. 

Los argumentos en contra, no os los puedo desarrollar, porque son tantos y tan irrebatibles e inapelables, que harían este escrito larguísimo. Simplemente decir que yo, por quiénes son los convocantes, los que lo apoyan, lo que pretenden, los resultados políticos y económicos, los argumentos que se ofrecen…, me alejaría de ese asunto como de una peste. Y por supuesto, por la responsabilidad. Tuve amigos que votaron con ilusión al PSOE y de repente, plaf, el GAL, la OTAN, la Reconversión Industrial, los jerseys de la Miró… ¿Y quién tiene la culpa? El que vota, eso es.

Pero a favor encuentro algo personal: que está prohibido y es ilegal. Y en eso yo soy muy protocolario. Si la policía impide algo a la población en materia de derechos humanos, yo estoy con la población. Soy así de burro, lo sé. Si hay que decantarse, me pongo de parte del chavo ilusionado que quiere cambiar esta cosa dios mediante el voto, y que corre el peligro de que le abran los sesos. A alguno ya le han hecho sangre: pues estoy con ése, dándole palmadas en la espalda. Ea ea ea, sana sanita culito de rana…, ya lo sé, esto es muy serio.

Luego está lo del absurdo. El referéndum es absurdo, y yo estoy con lo absurdo. Artísticamente hablando me adhiero al esperpento y a la caricatura. Todo lo que está pasando es una maravilla ridícula, surrealista, monumental. Cielos, cientos de personas haciendo un 15-M por un referéndum. ¡Lo que van a sufrir en esas asambleas! No me queda otra que apoyarles.

Total, que policías, absurdos, y el tercero es Cataluña. Me resulta simpático el país. En Cataluña fue la primera vez que vi: el mar; una autopista; una escalera mecánica; puertas automáticas; una moto todoterreno; sábanas mojadas al acostarme; un macizo montañoso con vegetación; una mujer capataz; un travesti; un clarinete chirriante; unos discos que daban vueltas y se les echaba pintura; fui a una feria y vi a mis primos disparar las escopetas sin importarles fallar, recargaban una y otra vez, asombroso; también hice piezas industriales de batidora en una masía de San Hipolit a céntimo la pieza… Cataluña fue la primera vez increíble de muchas cosas. Me cae bien.

Por supuesto, no me voy a correr mil kilómetros para votar. Ni muerto. Mi amor electoral no llega más allá de trescientos metros. Pero como tengo un montón de familia, le he pedido a una de mis sobrinas –que pasa del tema–, que vaya a votar por mí de forma pasiva.  ¿Lo que votará si es que me hace caso? Ni idea. 

Estos son mis motivos. Son personales, emotivos, más alla de la ideología. Sólo los comparto. No los sugiero.

¡Suerte en las elecciones! Y recordad este consejo: nunca, jamás, tengáis hijos. Los sobrinos, las mascotas y las macetas, son más llevaderos.