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Mis efectos secundarios tras la vacuna COVID

Enviado por Acratosaurio rex en Mié, 15/12/2021 - 09:54

Dado que se habla de vez en cuando de los efectos secundarios de las vacunas COVID, que van desde sufrir trastornos mentales a la muerte, y de que no se sabe a largo plazo qué trastornos pueden ocasionar (desde la muerte a convertirnos en seres transgénicos con ADN de mono), y dado que fui uno de los primeros vacunados del país (participando en los ensayos clínicos de más de seis vacunas desde junio de 2020), y habiendo pasado un tiempo más que razonable (medio plazo)..., he decidido poner mi experiencia al alcance del público, por si alguien más ha sentido lo mismo que yo. Os lo explico. 

Mientras que en otros grupos se han manifestado una serie de síntomas leves (dolor en el pinchazo, fiebre, debilidad muscular, náuseas, cansancio, pérdida de deseo sexual...), yo no percibí nada de eso. Por el contrario mi fuerza (que ya era notable) se ha ido incrementando progresivamente. Mis músculos en la actualidad son tan gordos como rodamientos de camión, En pruebas de atletismo soy capaz de hacerme 130 km en 24 horas corriendo descalzo para trasmitir los resultados del Pleno Regional de Sindicatos. Y todo ello, comiendo nada más que lechugas.

Fiebre y náuseas no he tenido. Mi temperatura se mantiene estable en 37ºC, y mi estómago se ha recuperado de la acidez, de manera que en la actualidad soy capaz de beberme dos o tres botellas de vino marca Reina Brunegilda sin vomitar la ensalada.  

Respecto a la pérdida de deseo sexual, nada que decir, porque no solo no lo he perdido, si no que emano un magnetismo que hace que todo el vecindario esté soliviantado, de manera que mujeres y hombres de más de 78 años (adecuados a mi avanzada edad), y una jauría de perros así como 37 gatos, están todo el día y la noche dando vueltas frente a mi casa, requiriendo mis servicios. Las peleas son frecuentes.

Se ha hablado de que los vacunados transmiten la infección tanto como los no vacunados. No es mi caso. Por diversos motivos tuve que visitar el Hospital COVID de mi zona, y al pasar por las habitaciones, los pacientes manifestaban sentirse mejor y los tests les daban negativo. Otro tanto pasó en la UCI, donde (simplemente miré la puerta unos instantes) los pacientes intubados se levantaron, empezaron a respirar solos, se quitaron las tuberías, y en un alarde de optimismo, bailaron bachata con el personal sanitario.

Está el tema de los graves efectos cardiacos sobre el corazón, pericarditis y trombosis. En el último control al hacerme el electrocardiograma el aparato se fundió. Y en un cateterismo han comprobado que mis arterias son tan anchas y mucho más limpias que la autovía de Huelva.

Y por último, la cuestión de la muerte. Lo cierto es que desde que me vacuné soy capaz de leer diversas lenguas muertas, como  como el sumerio, el acadio, el hitita y el elamita, comprobando que sus textos son aburridísimos. Y he traducido del egipcio reformado el Libro de Mormón, que en realidad en realidad es el libro de recetas de mermelada de los kwakiutl de los EEUU. Lo más curioso no es eso, si no que el Día de Todos los Santos, visitando el cementerio, se abrió la tumba de mi abuela, y salió como una rosa preguntando que dónde estaba el Frente de Extremadura, para coger de inmediato un billete al punto más lejano del planeta, que creo que es Nueva Zelanda. También por mi mera presencia resucitaron un número indeterminado de muertos que intentan ponerse al día yendo a clases de matemáticas y física en la Universidad, y varias ardillas envenenadas con warfarina para ratas, que no solo han vuelto a la vida, si no que además saben hablar.

Por supuesto se trata simplemente de efectos secundarios de la vacunación en una persona en cerca de mil millones de dosis que se han puesto. Así que podéis estar tranquilos/as: es más fácil que os toque el Gordo de la Lotería Nacional, que os pase lo mismo que a mí con las vacunas. Ahí va.


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