
Me pide un lector que explique un poco mejor el tema de la invasión de Afganistán por la URSS, porque se ha quedado a cuadros con lo de que los comunistas se mataban entre ellos en esos años (1), así que voy a intentar ilustrar un poquito el episodio.
Afganistán aparece en mi memoria, a partir del golpe de Estado comunista de 1978. De las figuras que empiezan a sonar en esos días, Amín, Taraki, Karmal y otros que no recuerdo, Amín (1929-1979) es el personaje que más me llamó la atención. Todos estos comunistas de alto nivel del partido se habían formado en la Universidad de Kabul y en instituciones occidentales. Amín era licenciado en física y matemáticas, y también estudió en EEUU, en Columbia (1957-1962).
Amín es el personaje decisivo que da la orden al ejército de levantarse. Él, en contacto con aviación y unidades acorazadas, inician la Revolución de Saur (abril del 78), consiguen tomar el poder, y ejecutan al presidente Daud y a sus familiares y colegas (por no dejar cabos sueltos).
A continuación los militares ceden el poder. Taraki es el Presidente. Y Amín es el Primer Ministro. En pocos meses, Taraki y Amín chocan en escalada. Pero no en plan: "oye tú, vamos a hablar esto"… Si no en plan: "tiii voy a matarrrr, perrrrro contrarrrrrevolusionario".
Las diferencias de criterio entre ambos camaradas son las siguientes. Ambos están de acuerdo en llevar la paz y el progreso al pueblo afgano. Reforma agraria, reparto de la tierra, igualdad de derechos, etc. ¿Qué hacer con los desafectos, con los clérigos, con los islamistas, trotskistas, maoístas, aldeanos…? Amín –por lo que cuentan, que no podemos estar seguros de nada– es partidario de exterminio absoluto de los enemigos de la revolución. Detención, tortura y ejecución de los rebeldes, y de familiares y amigos para que no queden resentimientos. Taraki es un intelectual moderado, ha escrito libros y novelas naturalistas, y prefiere el diálogo y un exterminio más selectivo, menos llamativo e indiscriminado.
En esto que Taraki se va a Cuba a principios de septiembre de 1979 a una reunión del Movimiento de Países No alineados, y va luego a ver a Breznev en Moscú. El encuentro es cordial y Breznev abraza y besa a Taraki. Los soviets es que eran muy besucones y abrazadores, como los teletubbies.
Mientras, en Afganistán Amín aprovecha la ausencia del presidente Taraki para liquidar a sus partidarios en el ejército. Taraki vuelve muy preocupado, y convoca reuniones con Amín para arreglar las diferencias, y Amín convoca a Taraki para lo mismo. Pero como ambos piensan que el otro le va a matar, van mareando la perdiz hasta que en el Palacio del Gobierno se encuentran ambos, y ni corto ni perezoso hay un tiroteo, Taraki cae en manos de Amín, y Taraki es estrangulado posteriormente –dicen que con un almohadón, para que no queden marcas y parezca una muerte natural–. Ya que no hay nada más natural que la muerte.
Así que la situación es la siguiente: Amín hace que el Consejo de la Revolución le nombre presidente –dicen que a punta de pistola–. De seguido tiene que enfrentarse al servicio de seguridad de Taraki: lo disuelve. Crea una policía secreta dirigida por sus amigos. E intensifica el terror. Acaba o persigue a todos los partidarios de Taraki. Y lo mismo con cuantos le miran con suspicacia. Elimina a los clérigos islamistas y a alcaldes por cientos. Y se rodea por lo tanto, de más enemigos.
Los soviéticos por su lado están disgustadísimos y muy preocupados por el asesinato de Taraki. Breznev pesaroso (le había abrazado y besado). Andropov, Gromyko, los hombres fuertes de la URSS miran a su frontera sur con suspicacia. Y en esto que Amín, buscando salidas, ayudas, componendas, en medio de las ejecuciones y torturas, sostiene una entrevista el 27 de octubre de 1979 con un diplomático estadounidense, Archer Blood. Hablan durante 45 minutos y Blood manda un cable a Washington mostrando una actitud muy positiva sobre Amín.
Y se dispara la paranoia en el Kremlin.
A ver, que la CIA siempre anda con conspiraciones y planes secretos, ese es su trabajo. Y uno de sus planes es montar bases en Afganistán tras haber perdido las de Irán por la Revolución Iraní de enero de 1979. Los soviéticos y el KGB conocen esta jugada. Piensan seguidamente que la reunión de Amín con el americano es el prolegómeno de entregar Afganistán a los EEUU, como había pasado con Egipto, y para proteger su frontera sur, preparan la invasión de Afganistán. El 27 de diciembre de 1979 sus fuerzas especiales se lanzan en paracaídas sobre el Palacio del Gobierno y asesinan a Amín. Ha estado mandando apenas tres meses.
Es decir, que los soviéticos no entraron en Afganistán para defender a los comunistas afganos, ni para enfrentarse al islamismo, ni para sostener la revolución, ni por el terrorismo islamista, ni para que la mujer fuera a la escuela. Entraron por pura paranoia, con la finalidad de evitar una supuesta entrega del país a EEUU por Amín, en el contexto de la Guerra Fría. Y por eso lo primero que hacen es cargarse a su aliado Amín, al cual para más inri, el Presidente de EEUU, el demócrata Jimmy Carter había dicho que era el presidente legítimo. Lo propio para que te ejecuten los tuyos, que te defienda el enemigo. Un lío.
En mi opinión, cuanto se dijo de Amín en aquellos días de 1979 era el cuento repetido mil veces por los comunistas cada vez que ejecutan a algún colega: "es un contrarrevolucionario cuyos actos benefician objetivamente al imperialismo, un traidor, un vendido en nómina de la CIA y bla bla bla". Dieron por hecho que Amín quería crear un Estado Islámico y acabar con la revolución, a través de un retorcido plan en el que mediante la eliminación física de disidentes, opositores e islamistas, hace odioso el comunismo a la población, dando paso a un gobierno muyahidín.
Todo eso era especulativo, y en mi modesta opinión, tonterías. Y el mantra que repiten ahora los comunistas españoles diciendo que la invasión de Afganistán por la URSS se hizo para modernizar ese país, una estupidez como un castillo.
Y Amín –desde luego–, no fue un santo. Fue –como tantos comunistas convencidos–, un bruto de diploma, un asesino con licenciatura, un paranoico en la cúspide del poder que intentaba maniobrar para sobrevivir y llevar a su país a un mundo mejor…
Por eso mi lema es el que sigue: líbranos oh Diosa Razón, de cuantos licenciados hay que quieren llevarnos a punta de pistola a un mundo mejor porque, vistos los resultados, mejor es quedarnos como estamos viéndolas venir. Y recuerda siempre esto: por muy imbéciles que parezcamos los y las anarquistas, los hay mucho peores mandando en el resto de ideologías.
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(1) podéis leer el tema en Afganistán, precuelas y secuelas [1]. Todo lo que digo se puede seguir tranquilamente en la hemeroteca de El País y otros diarios de la época.