
Total, que el otro día contaba lo difícil que es auto-aceptarse en ciertas circunstancias personales, cuando resulta que uno tiene una imagen de lo que es, y en el espejo resulta que ve otra cosa. Eso el que la lleva la entiende. Todo esto porque mi amigo Nick Cravat, un trans-hombre tenía miedo de operarse y hacerse la histerectomía. Y pensando él que las cosas naturales de autoayuda podían ayudar … Como decía, estábamos en una finca cerca de San Nicolás del Puerto. En mayo. Quien quiera saber qué pasó, que se lea lo que pasó antes (1). Y que conste: cuando me pongo a hablar, sobre todo si estoy borracho, es que no paro.
Nos fuimos a dormir temprano, y gracias a mi previsión, Nick y yo nos habíamos aposentado en una casita con cama de matrimonio y baño, mientras el resto del grupo se quedaban en la nave donde habían puesto unos catres de los que se pliegan, y otra cama de matrimonio que ocupaban Salomón y la Dietista. Todos juntos. Muy comunitario.
Y, claro, yo no me lo pensé dos veces. Me quedé en calzoncillos, me metí en la piltra. Hacía calor. Nick estaba un poco cortado, y también se quedó en calzonas y camiseta, y me dijo que no sabía si iba a poder dormir a mi lado, porque no estaba acostumbrado a dormir con nadie. Le dije que pusiera una almohada entre los dos, y así le parecería que estaba solo. Y que por mí no se preocupase, porque me había tomado un bromacepán, un triptizol y un tranxilium, y en breve me iba a dormir, como así fue. Por el bochorno abrió la ventana. Las nueve de la noche.
Me desperté a eso de las seis y pico de la mañana, con la sorpresa de que en la cama, aparte de Nick, estaba una tía en camiseta y bragas, donde debería estar la almohada de separación. Sin sorprenderme lo más mínimo (atraigo a las mujeres –pensé–), me levanté, y me vestí. Nick tenía los ojos como platos y me miraba. Buenos días. La chica gemía. Era de piel blanca y tenía ronchones de mosquitos por doquier. Que me voy a ver amanecer Nick, ¿te vienes? No, quiero ver si puedo dormir un poco. ¿Has dormido mal? No he pegado ojo porque esta tía… ¡No me lo cuentes! Vale luego nos vemos, yo [mirada al techo] necesito meditar…
Y sin mayor ceremonia acaricié la cabra, cogí el coche y me largué a Alanís, me metí en la primera tasca que vi abierta, y me puse entre pecho y espalda tres cafés con leche, dos tostadas grandes de pan con aceite, una cuña de queso de oveja… También compré un bocadillo de tortilla de patatas con tomate en rodajas. Y una botella de vino. Unos pocos de paisanos –de los que madrugan para tomar copas de aguardiente–, me miraban de forma siniestra. Hechas estas operaciones de mera supervivencia, volví al encuentro de desarrollo personal con el alba.
Entré como si tal cosa en la finca, y allí se estaban ya levantando las personas, y preparando algo que llamaron desayuno, sabiamente guiadas por la Dietista, que consistía básicamente, en fruta fresca. Manzanas, peras, uvas pasas. Cus cús en la cena, fruta en el desayuno… Aquella banda de alternativos posmodernos filatelistas estaba desmayá, pero como nadie se quejaba, y hacían ejercicios de yogalate, no dije ni pío. La gente parecía muy animada, y Nick estaba mascullando algo en solitario. Luego salimos al césped, extendiendo unas esterillas, y comenzaron los ejercicios. Meditación al principio, con las piernas cruzadas y creo que la gente se quedaba dormida, porque Salomón decía que cerraran los ojos, iba dando instrucciones para relajarnos, yo -por supuesto- me quedaba mirando y parecían que estaban a punto de poner un huevo y caer de lado. Salomón también parecía dormitar. Luego había que conectar por parejas, mirando a los ojos cogidos de las manos. Hubo una que se le saltaban los lagrimones. Y más testimonios. Y más abrazos que evité cuidadosamente (antes del COVID). Y, oye, que me di cuenta de que la cabra comparecía cuando había abrazos. Qué misterios tienen las cabras. Y qué sabia es la naturaleza que cuando estás más tranquilo viene la gripe y te mata.
A todo esto a eso de las doce, dije que iba al baño, y me comí el bocadillo de tortilla con el vino. Entre esto y lo otro, que llegó la hora de comer, y la dietista sacó unas verduras a la plancha. La receta era simple: calabacín, berenjena, zanahoria, cebolla, todo cortado en rodajas, vuelta y vuelta, sin sal. Una gota de aceite. Y a comer. Yo cogí un trozo de zanahoria, meditabundo, y me senté al lado de la pava que estaba esta mañana en la cama. ¿Y tú dónde eres? De Cái. ¿Y a qué te dedicas? Soy Coach. Hostias, luchadora, qué interesante, ¿como las de lucha americana? No, coach, entrenadora, ayudo a la gente a recuperar la ilusión. ¿Qué? ¿No has oído hablar del coaching? Ni puta idea, ¿cómo te dio por ahí? Pues estaba insatisfecha con mi vida, hacía cursos de autoconocimiento, estaba perdida y me entró un cáncer de mama. ¡Coño! Y entonces hice una transformación. ¡La hostia! Vi que tenía que cambiar de vida, guiarme por mi intuición, y me traté por medio de la sanación espiritual… ¿Y te funcionó? Claro que sí, cuando me dieron [resumen] la radioterapia, la quimioterapia y la cirugía pasé por todo sin sobresaltos. Puede decirse que el cáncer guió mi vida… ¡La hostia puta! He dejado mis miedos atrás, he hecho un máster de coaching y liderazgo… ¡Joder! ¿Y tú por qué estás aquí? Pues porque ese -señalo a Nick famélico atacando un calabacín- está buscándose a sí mismo y me ha pedido que le acompañe para encontrarse con él mismo [ella se rasca con frenesí]. Oye, tú eres la que estaba esta mañana durmiendo en nuestra cama. Sí. ¿Y eso? Es que Marisa (la dietista) ronca muchísimo, Salomón que estaba en la cama con ella no ha podido dormir, y casi nadie ha descansado, así que fui a vuestra cama y me metí en el medio, ¿no te habrá importado? Para nada, insomnio, catres duros, mosquitos y dieta ligera ayudan mucho [hago un gesto que abarca a la peña] a la hora de tener alucinaciones.
Total, que entre pitos y flautas se fue la tarde hubo más talleres y Nick, que me manifestó en una pausa a las claras –por fin–, que tenía muchísima hambre. Lo sé Nick, lo sé. ¿Tú no tienes hambre? No. Qué duro eres. Lo sé lo sé, que voy a meditar un rato sobre lo que está pasando… Y allí lo dejé castañeándole los dientes.
Me fui disparado a San Nicolás del Puerto, donde me zampé de cena un salmorejo, un arroz con gurumelos y siete cañas de Cruzcampo. Volví a eso de las nueve y de inmediato me fui a la cama tras tomarme un noctamid, un tranxilium, un lexatín, mi triptizol y un bromacepán que llevaba en la cartera. Y caí en un sueño profundo y reparador hasta las seis de la mañana, que desperté apartando mosquitos, cuerpos quejosos y yendo de inmediato a la tasca, tras acariciar amablemente a la cabra.
Otro día sigo, porque les que me pongo a hablar y no paro.——————————-
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(1) Ver artículo El duro camino de la autoaceptación y algunos anteriores [1]