
Episodio I. Estado de alarma, y confinamiento municipal. Me acerco a tomar el metro a las seis treinta de la mañana. Estratégicamente he pensado en ir a la cabecera, que a esa hora tendrá asientos libres, y así puedo viajar sentado tan ricamente. Y efectivamente, así es. Cojo sitio teniendo en cuenta que hay un asiento anulado a cada lado, y me pongo a contemplar melancólicamente a los paisanos, que van llenando el vagón. En cosa de tres estaciones, estamos empetados. Yo muy cómodo, y la gente de pie, como puede. En esto se escucha por un altavoz la voz de una señorita que por tres veces insta a los presentes, a ocupar todo el vagón y dejar las puertas libres para que entre y salga la gente. Ni dios se mueve de su sitio. Carteles de "mantenga la distancia de seguridad". Se repite el mensaje dos veces más. La gente está apiñada, con sus mascarillas multicolor, y con el estoicismo digno de Zenón de Citio, que afirmaba que el bien no está en el exterior del individuo, sino en el conocimiento interno y en el dominio de las pasiones y deseos, nadie expresa el más mínimo disgusto. Pienso que el tal Zenón, debió de viajar en Metro yendo a trabajar o a la Universidad, en tiempos de la peste de Atenas. O tal vez diseñó lo de la distancia de seguridad. La gente mira el móvil, o el infinito, que viene a ser lo mismo.
En el transcurso de la epopeya, atravieso dos municipios hasta que llego a mi destino. Deambulo disimulando hasta que abren el sitio. Un registro del INSS al que acudo, nada más que para disfrutar de unos minutos de angustia existencial. Os explico. Para reclamar una cantidad que me deben, tengo que pasar por registro un documento del que el INSS, que me conoce a la perfección, me ha mandado tres ejemplares, cada uno de los cuales es diferente del anterior. El último, que me parece más completo, lo he rellenado como Lucifer me ha dado a entender, porque el lenguaje es complejo a pesar de ser castellano moderno y conocer yo el significado de todas las palabras. Pero juntas, parecen finlandés. Por supuesto el registro está cerrado, y me indica la guardia que solicite el tema por internet, que es sencillísimo: te inscribes en clave, solicitas un código, te mandan una carta de invitación con un montón de números y letras (el código), metes el código para que te den el pin o el pon, y te sale un discurso: que debes ir en persona, que pidas cita previa (que no hay)… Pa cortarse las venas. No sé qué pasará cuando llegue la declaración de la renta, pero la cosa parece siniestra.
Episodio II. Llevo tres días acompañando a una enferma. A la pobre le ha dado un ictus. La vio un día antes el 112, pero dijeron que solo era hipertensión, desviación leve del rostro sin pérdida de fuerzas, que tomara captopril, y se largaron a toda velocidad. Cuando la contemplo a instancias del hijo, está babeando, no es capaz de andar, ni de tragar, ni de hablar. El hijo me dice que es que los de la ambulancia le dijeron que había que ver si se le pasaba. La trinco y me planto en Urgencias atravesando tres municipios. Siete horas esperando en una sillita de ruedas. Ni comida ni nada. A las ocho de la tarde la suben a planta, me inscriben como acompañante, y me comunican que no puede venir nadie a relevarme, que no puedo deambular por los pasillos, que no puedo salir de la habitación… Le pregunto a la señorita si puedo comer algo, y me responden que mañana porque todo está cerrado por el toque de queda. Por el bien de todos, porque por mi edad, soy persona de riesgo –dice–. Me quedo perplejo, y así ando ya sábado, domingo y lunes, zampando bocadillos de tortilla de la cafetería, poniendo y quitando pañales, lavando a la señora, enseñándola a manejar un andador, y a vocalizar haciendo ejercicios con los labios y la lengua "¡ponga morritos doña Ana!" "¡Ahora tóquese la nariz con la lengua!" "¡Ánimo cojones!"
En fin. Y así vamos pasando la pandemia, que se ha llevado ya por delante, dicen que a 64.233 viejos (mayores de 65 años a fecha de 20/11/2020). Sin pestañear. Impávidos ante la muerte. Que como decía el señor Zenón, el bien está en el conocimiento. No vayáis al siquiatra por más que os lo recomienden. Internaos directamente.