Una de mis amigas y colaboradoras, ha dado hace un par de semanas señales de vida. No sabía de ella desde febrero, cuando se cogió un avión para algún lugar de la India, para abrirse a la energía universal, o argo azín. Y lo que me ha contado es muy interesante. Os lo digo de memoria.
Me llama y me cuenta que resulta que cogió el billete de vuelta justo cuando los del Gobierno de Progreso decretan el Estado de Alarma y cierran la frontera. Así que el avión tuvo que aterrizar en Lisboa. Allí hacen un grupo de españoles, y piden ayuda al consulado, y tras muchas vueltas al asunto, les ponen un autobús y les dejan en la frontera. Pasan la frontera a pie. Y tras la frontera les esperan varios taxis, que les piden una pasta para romper el Estado de Alarma, y dejarles allí donde prefieran. La muchacha pide que la lleven a su pueblo, a tomar por saco de kilómetros. El taxista, de Badajoz, la deja en la Estación de Autobuses llevándose la pasta, porque dice que no se atreve a desafiar el Estado de Alarma. Protestas vanas. Nada de recuperar las pelas. Por fin consigue montar en un autobús atestado de gente, y llega tras un azaroso viaje al poblacho a las tantas de la noche. Perros que ladran. Entra en la casa. Se duerme.
Por la mañana, ir a comprar. Una vez en el colmao, la gente la mira raro, y la de la tienda de desavío le suelta un ¡Pero túuuuu, cuchaáaaa si túuuu no ereh de aquíiiii! ¡Ayyyy chachaaaa qué cosa mah mala noh ha traío! Y tras mucha discusión de si la denuncian a la Guardia Civil, una vecina declara que es la nieta de la Colasa, que se ha quedado muy delgada. Efectivamente, abrirse a la energía en la India, le ha hecho perder veinte kilos. La tendera, implacable, le dice que se puede quedar, siempre que no salga de casa. Ella protesta, pero ni caso. Ella quiere llevarse solo verduras, pero la tendera la obliga a hacer una compra en condiciones, porque está múh canija y hay que comprar para toda la quincena. Jurando que no comerá animales de sangre, vuelve a la casa con las bolsas de panes, tocinos, jamones y chorizos, base de la alimentación nativa.
Pongamos que durante diez días da paseos al monte saliendo por el corral, y evita cuidadosamente a todo el mundo. Al móvil se le acaban los datos, luego la batería. Ella no hace ni caso, porque ama la vida sencilla. Al décimo día empieza a sentirse mal. Tose. Calentura. Dolor de pecho. Dolor de ojos. Dolor de cabeza. Dificultad para respirar. Se acuesta. Piensa en el autobús masificado. Y ya no es capaz de levantarse en cinco días ni pa mear.
Piensa más. No puede ir al médico, porque como se difunda que ha llevado el coronavirus a Villatripas del Cañosanto (nombre ficticio), le plantan un estigma que no se lo quita ni en mil años. Además, no puede llamar porque ni tiene batería, ni datos, ni fuerzas para marcar y hablar con el robot. Piensa por si fuera poco, que eso del virus es mentira, que se quita con verduras, orégano y tintura de ajo para la inmunidá. Y cuando sabe ya que va a morir, e intenta pedir ayuda a voces, pues no puede.
Pasa como digo, cinco días agónicos, bebiendo agua calentona a sorbos. No pregunto cómo se las apaña pa mear. Al sexto consigue moverse, tomar algo sólido, y va mejorando de los dolores, el cansancio y la asfixia. A los quince días sale a tomar el sol. Por lo visto, nadie la echa de menos.
A todo esto es mediados de mayo. Va retomando las actividades habituales, aunque le han quedado algunas secuelas. Me cuenta que se le duermen las piernas, y que se asusta mucho porque sólo dándose muchos puñetazos consigue que reaccionen. No obstante evoluciona favorablemente. Anoto: "puñetazos".
Y más o menos sigue así la conversación por teléfono, a finales de julio creo.
– ¿Qué cómo va eso?
– Bien bien. He ido al País Vasco unos días a unos encuentros que se llaman "Jugarse la Vida". Hicieron hasta camisetas. Todos jóvenes muy rebeldes, cantando con la guitarra, bebiendo, conferencias… Muy bonito.
– Ten cuidado que ahora están teniendo brotes de esos en el País Vasco.
– Lo sé lo sé. Precisamente me he cogido el coronavirus por segunda vez.
[Silencio]
– Esto... ¿En los encuentros esos?
– Pues creo que sí, pero antes de que me empieces a hablar como mi madre, te digo que esta segunda vez todo es mucho más liviano. Y las piernas se me duermen menos.
– Ah, ¿pero que ahora estás jodida?
– Mejor que la primera vez. Tengo menos fiebre, menos asfixia y menos dolor.
– Ah, formidable. ¿Y los otros del encuentro qué tal andan?
– No te pongas sarcástico. Tú sabes que no creo en el coronavirus. Esto que está pasando es una trampa del capitalismo. El capitalismo se daba cuenta que no podía seguir creciendo indefinidamente, y ha creado un decrecimiento para luego volver a crecer.
– ¿Pero qué dices del capitalismo? El capitalismo no es una persona que decida cosas. Es un conjunto de interacciones entre individuos y organizaciones, y poner de acuerdo a todo el mundo…
– Bla bla bla. Palabrería. Te digo que es el capitalismo. Se han reunido y han dicho que había que parar la producción.
– ¿Parar con qué? ¿Quiénes? ¿Con el coronavirus? ¿Pero no me has dicho que no crees en el coronavirus?
– Y no creo. Esto es cosa del capitalismo.
– ¿Lo qué? ¿Quiénes se han reunido? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Para qué? ¿Los chinos? ¡Madre mía!
– El "para qué" es lo único que tengo claro: para decrecer. Para matarnos.
– ¡Pero si no crees en el coronavirus aunque lo has pasado dos veces! ¡Cómo van a matarte con algo que no crees! ¡Pero si los chinos son comunistas! ¡Pero si tú eres decrecentista!
– Pues ya ves lo retorcidos que son. Los capitalistas son capaces de todo. Hasta de ser comunistas y decrecentistas.
– Y encima quieren matarte a ti para decrecer, ¡a ti que no produces ni un ajo!… Cielos. Estamos perdidos. ¡Pero si Putin tiene la vacuna!
– Tenemos que rebelarnos. ¡Nada de medidas gubernamentales! ¡En cuanto te vea te voy a dar dos besos!
– ¡Ni se te ocurra decir en el pueblo que has pasado esa mierda dos veces, porque como te descubran te van a quemar por bruja! ¡Y a mí hasta que no te de la PCR negativa, ni se te ocurra acercárteme!
– ¡La PCR es otro timo! ¡Eres otro zombi del Tonto Simón, el tonto lalmendra!
– ¡Cielo Santo! ¡No cuentes esto de la infección tuya a nadie! ¡A NADIE! ¿Me oyes? ¿Oye?
En fin, que os relato esto para que sepáis, que pasar el coronavirus ese una vez, no te inmuniza para la siguiente. Eso sí, parece que si repites, la cosa es más suave. Es decir, que si te mueres y te vuelves a contagiar, la segunda defunción será más barata.