Esto es sumamente curioso. Tsipras dimite, convoca elecciones, y la izquierda electoral aplaude en líneas generales, porque ha sembrado semillas contra la austeridad, porque ha luchado dignamente contra los banqueros, porque ha mantenido el cuello alto…
Es un fenómeno digno de mención: promete una serie de cosas, sale elegido. Hay que recordar en los primeros días, cuando aún estaban probando la blandura de los sillones, que salían en la prensa de izquierdas noticias sobre los logros de dicho Gobierno, que había hecho yo no sé cuántas cosas buenas. Yo pensaba que había que esperar un poco más antes de echar las campanas al vuelo, ya que las leyes no se cambian de un día para otro, por buenas intenciones que tenga el gobierno. Lo que no me imaginaba, es que hubiera que esperar tan poco para hacer el análisis.
Quede claro que yo no tengo ni idea de lo que pasa en Grecia, ya que mis espías se extraviaron y andan ahora por Macedonia. Pero más o menos la cosa va así: los del gobierno de izquierdas prometieron el oro y el moro, negociaron con los poderosos, llevaron al pueblo a un referéndum, ganaron el referéndum, incumplieron su programa, negaron la voluntad popular, privatizaron una serie de aeropuertos y puertos, y acaban dimitiendo, convocando elecciones, y con el Partido partido. Y dicen que están orgullosos. Y que dimitir en este caso, es una muestra de honradez. Y...
Cielos, eso es como si en la cuadrilla yo aseguro que voy a hacer la tortilla con chorizo, y la caldereta con vino. Llega la hora de comer, y pongo en la mesa una papilla ligerita de avena a un grupo de esforzados descargadores de camiones, un vaso con agua, y salgo a continuación corriendo diciendo que estoy orgulloso de ello.
Y conste que yo no estoy por la labor de hacer leña a estas horas del día, con la caló que hace. Es de cajón: Tsipras no es culpable. Cualquiera que se ponga a negociar con tramposos, la baraja marcada por ellos, las reglas establecidas y cambiadas según se les antoje… Pues tiene la partida perdida. Lo absurdo es –me parece– jugar la partida en esas condiciones, perder, y decir “estoy orgulloso”.
Joder con la autoestima y el sicoanálisis. En fin, que en la política hay que tener anchas espaldas y hay gente pa tó. Lo que es de uno es de todos, lo que es de todos es de nadie, lo que es de nadie es de uno.