Hace unos días, en una hora tonta de esas que me pilla desprevenido, me entretuve en escuchar un ratico un programa de política. Había una tía de derechas que se desgañitaba gritando “¡Es imposible!” una y otra vez, con una mala hostia que no veas. Se refería a las promesas de Podemos, como si nos fueran a llevar a la hecatombe. Y mientras ella lanzaba babas y gérmenes a diestra y siniestra, me acordé de la mirada de odio que hace varias décadas vislumbré en una auténtica tarasca venida de otro mundo: el “¡Es imposible!”, no es más que la versión castiza del “There is no alternative” de Margaret Thatcher. No hay alternativa.
Bueno, yo no sé cuáles son ahora las promesas de Podemos, de Ganemos, o de IU, ya que las promesas y programas cambian tanto que ni los que están dentro saben qué cuernos van a hacer cuando tengan que pactar. Pero lo que está claro –para mí– que en lo que se refiere a comportamiento humano, no hay nada imposible, y siempre hay alternativa. Ese partido, Podemos, en caso de llegar al poder, podría tranquilamente redistribuir el trabajo y la riqueza… Pero ¡ay! no pueden hacerlo, no porque sea imposible, si no porque “no hay alternativa”… Dentro de este sistema, por la cuenta que nos trae.
Uno de los motivos por los que el voto me resulta tan lejano, es el saber que –sin ningún género de dudas–, si a algún partido bienintencionado se le ocurriese rascar un poco en las reglas del juego, para incluir alguna variante que quitase a los ricos sus suculentos beneficios, la respuesta de los poderosos sería tan brutal, tan violenta, tan letal, que los izquierdistas que llegan a las instituciones comprenden de inmediato que es mejor, ni intentarlo siquiera.
No es que sea imposible implantar un programa socialdemócrata que levante el capitalismo (sobre los derechos de las generaciones futuras, y omitiendo toda referencia a la explotación del proletariado del mundo subdesarrollado)… Es que los actuales oligarcas, potentados y plutócratas lo harían imposible con todos los medios a su alcance, –que son muchísimos–, a través de sus sicarios y del margen de legitimidad que les otorgan sus leyes y elecciones –que es muy amplio–.
De ello se da cuenta la gente de a pie, y es uno de los muchos motivos (el “miedo a lo que nos harán”) por los que muchos obreros –en general–, votan a la derecha. Es cosa del Subconsciente, del Superyo, que llega el proletariado a la urna, y tiene un comportamiento reaccionario. Porque en la cabina electoral, el Uno está solo con su miedo.
Nadie escarmienta en cabeza ajena. Y además, no hay nada que no sea imposible a veces. Lo que es de uno es de todos, lo que es de todos es de nadie, lo que es de nadie es de uno.