Imagina que a un zoólogo del planeta Marte, se le encargase estudiar al país más federalista del mundo, los EE.UU. tal vez, y compararlo con el Estado más centralista de Europa, Francia posiblemente, y tuviese que resumir las diferencias y similitudes en un párrafo a su catedrático universitario, pues que diría algo así como: “estimados colegas, en un Estado federal terrícola, los diversos Estados poseen competencias propias, y otras las delegan en el Gobierno central. En un Estado unitario, el Gobierno tiene todas las competencias. Y en ambos, a la gente se la jode a base de bien”.
Pero ese no es el federalismo con que soñaban los anarquistas del siglo XIX. Porque oye, fueron los anarquistas los que inventaron eso del federalismo (1). Por eso antiguamente a los anarquistas se les llamaba federalistas y antiautoritarios, para contraponerlos a los centralistas y autoritarios.
¿Cómo entienden los anarquistas eso de federarse? A ver. Federarse es establecer un pacto para conseguir unos fines.Tiene que haber un punto de partida. Tú. Tú tienes que querer federarte con alguien, y esa otra persona ha de querer federarse contigo. Si eso no sucede, no hay federación. O sea, el punto de partida tiene que ser el de tu propio deseo.¿Qué es lo que tiene que mantener el pacto vivo? El interés de las partes, que sea atractivo para ambos. ¿Cuando podrá ser roto el pacto? En cualquier momento en que alguien considere que ya no le interesa el asunto.
Y esa condición, que parece hoy aceptada en el ámbito del divorcio, o de los clubs de ajedrez, no quiere aceptarse en el ámbito político, cuando debería ser indispensable. Que la unión sea voluntaria, que la separación sea libre, es la condición necesaria para que el colectivo no te imponga unas normas, y para que el colectivo no esté dominado por la voluntad de un jefe. Que no haya obligación, que haya suficiente gente dispuesta de buen grado a tirar p’alante, es lo que da vida a la federación, al pacto libre entre iguales. Es que la libertad, no puede ser impuesta.
El pacto federal, a medida que se extiende, va del núcleo del individuo a lo colectivo, pues al grupo, al barrio, al pueblo, a la comarca, la región, la nación, el continente, el planeta… Y los motivos de la federación, son indiferentes: todos son válidos, dioses, mentiras, creencias, valores, en la medida que arrastren a otras personas de manera electiva y voluntaria, son experimentos con los que cada cual puede engañarse o equivocarse si lo desea. Nada habría de malo en ello en una sociedad libertaria, donde la propaganda fuese tan libre, como el poder decir “no”.
¿Y qué será el colectivo en ese batiburrillo de deseos, opiniones e intereses? Lo que nunca pudo ser amigos y amigas: un mosaico multicolor, es nuestra bandera federal. Lo que es de uno es de todos, lo que es de todos es de nadie, lo que es de nadie es de uno.
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NOTA
(1) Dicen que Proudhon es el que le da sustancia al concepto en su obra “El Principio Federativo”. Pero yo sé bien que el Federalismo lo inventó Manolito Bermúdez, un anarquista amigo suyo al que le estalló la casa mientras fabricaba una misteriosa tarta para el Emperador Napoleón III, y del que Proudhon se pasó recogiendo cachitos un mes entero. Quien quiera tener una pequeña reseña del libro que le eche un vistazo a la wiki: <<http://es.wikipedia.org/wiki/Principio_federativo [1]>>, o que se lea directamente el libraco en <<http://www.librosdeanarres.com.ar/sites/default/files/El%20principio%20federativo%20definitivo.pdf [2]>>