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Contagios ideológicos y vampiros lagartizados

Enviado por Acratosaurio rex en Jue, 24/07/2014 - 10:59

Hoy vamos a hablar de contagios ideológicos. Primero los vampiros. Para que un vampiro te apadrine, él tiene chuparte la sangre, luego él ofrecerte su propia sangre y tú chuparla. Ser vampirizado –por lo tanto– es una cuestión de chupeteo. Luego ya puedes convertirte en murciélago y volar de noche con un frío que pela, placer inenarrable.  O sea, que lo del contagio macabro tiene su complejo ritual, suspiros, gemidos, sorbidos… En cambio en la izquierda, basta con confraternices con un concejal del PCE o un diputado de ERC en un catorce de abril, para que de inmediato te contagie su abominabilidad y quedes convertido en un ente maligno, una serpiente incubando en el nido, algo inmundo que se pasea por el vergel de las ideas. Pasa como con las castas, que el brahmán que se roza con un intocable queda contaminado y tiene que hacer una semana de ayunos, yogas y penitencias herniantes. O en el Levítico, que los israelitas ponían a las mujeres en cuarentena cuando tenían la regla para evitar que contaminasen al Hombre con la sangre vertida sin compresa. Igual que si vas a cenar con algún patriota vasco no ilegalizado, que quedas con la marca de E T A, cosa que evidencian los periodistas en alguna tertulia exigiendo que abjures del terrorismo porque ofendes a los descendientes del zambombazo de HIPERCOR. O piensas un buen día que Trotsky lo mismo no fue tan mal tipo, y te pasas por un local trotskista a escuchar una conferencia sobre “El materialismo dialéctico y las posibilidades de progreso de la moral socialista en la sociedad posmodernista”, de la cual sales mareado y afirmando el “nunca mais”… Pues ya tienes un pasado trotskista amigo o amiga. Estás trotskistizado. ¡Toma ya! Alguien se encargará de difundirlo treinta años después con gesto torcido: “¿Ése? Trotskista”. Hablemos de zombis. Un mordisco zombi y quedas zombificado. Vagarás por las calles entontecido, hasta que te encuentres a algún incauto incapaz de correr a cuarenta kilómetros por hora. ¿Cómo se cura eso? Pues con un tiro en la cabeza o quemando al zombi. O si eres rápido, cortando a machete la infección antes de que te pase a la sangre. Adiós brazo, adiós pierna, y luego resulta que no era un zombi sino que te pillaste un dedo en la puerta. O estás tan tranquilo y le dices a tus sobrinas así no más: “los pobres deberían comer”. Y justo entonces el Papa Francisco sale en el telediario diciendo lo mismo en argentino, y tus sobrinas te miran, y tú no sabes dónde meterte… Es jodido. ¿Y el hombre lobo? Te muerde y la has cagado. Cuando llegue la luna llena te aguarda una bala de plata, o que te metan en la perrera hasta que alguna familia danesa te adopte, o que te trinque el encantador de perros, ya verás la que te espera. 

 

En definitiva: tomarme una cerveza con un cura, no me convierte en cristiano, digan lo que digan los estatutos de la AIT sobre con quién puedo relacionarme. 

 

A mí me mordió un vampiro, y el pobre se volvió lagarto. Una ideología que tiene todas las respuestas, es porque ignora todas las preguntas. Lo que es de uno es de todos, lo que es de todos es de nadie, lo que es de nadie es de uno.

 

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NOTA.

 

Me ha salido del tirón. Lo he escrito sin respirar hasta donde pone "en definitiva". 

 


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