Recibo dos cartas instándome a que aclare, dentro de esta serie que estoy dedicando a la difusión del abstencionismo electoral, el por qué los electores parece que siempre votan para que gane la peor de las opciones posibles y a aquellas personas que están más en contra de sus intereses. Aunque creo haber hablado de este tema en otras ocasiones (1), vamos allá.
A ver, el elector (en general) es un individuo solitario, sin fuerza, que tiene que tomar una decisión más o menos trascendente. Cuando uno está solo, sin apoyos, sin amigos, ante un enemigo terrible, la tendencia es optar por el más poderoso, por el que tiene el dinero, por el que dispone de capacidad letal para hacer y deshacer a su antojo. Y en el mundo actual, los ricos, poderosos y con capacidad de maniobra, son los reaccionarios, o la gente al servicio de esos reaccionarios, que serían los partidos de izquierda.
Así que el elector se pregunta… ¿A quién voto? Y toma una opinión. Las opiniones se toman del catálogo de opiniones solventes, y esas opiniones están escritas en los periódicos, en la tele, en las escuelas... No hace falta ponerse a pensar mucho para darse cuenta de que la opinión de Esperanza Aguirre, es una opinión solvente, que cuenta con el apoyo de economistas, asesores, banqueros, millonarios, curas y gente de mando. Entonces el pobre maestro, solo, en la cabina electoral, piensa… «si voto en contra de la otra, todo irá peor». Y, en consecuencia, el profesor despedido vota por Esperanza Aguirre. No, esto que digo no es ninguna exageración. Puede verse que en los momentos de mayor crisis y desamparo, la gente no vota por opciones supuestamente progresistas, sino por las más rastreras, fachas y ruines. El elector sabe que son los que tienen el dinero, los que manejan el mango de la sartén, y por eso, les vota.
Así que aunque los electores saben de manera absoluta y empírica, que todos los candidatos de izquierdas y de derechas incumplirán sus promesas, y que les mienten a sabiendas, les designan porque esperan de ellos otras cosas no prometidas. Esperan que de algún modo saquen el dinero de sus huchas, y lo empleen en alguna cosa que les beneficie. En definitiva, la democracia representativa es una reedición más elaborada del viejo sistema de caciques parlamentarios. Era dicho popular, que en el pueblo no se movía una hoja sin que el cacique lo permitiera, refiriéndose a que para tener un mísero empleo de lo que fuere, para empedrar una calle, o para recibir un préstamo, el señorito tenía que dar su conformidad. Actualmente hay otros mecanismos para que esa vieja costumbre se mantenga inalterable, aunque hayan cambiado los modos.
¿Quién es el que no se pliega a este juego? Pues es diáfano: quien no se ilusiona, es el abstencionista. Lo que es de uno es de todos, lo que es de todos es de nadie, lo que es de nadie es de uno.
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NOTA
(1) http://www.alasbarricadas.org/noticias/node/12495 [1]
Acrato en el face