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No nos parece bien la defensa del “estado de bienestar”

Enviado por anonerror (no verificado) en Lun, 24/10/2011 - 17:06

Grupo antimilitarista Tortuga

¿Estado de bienestar, o revolución?

Algunos partidos políticos, organizaciones y sindicatos del estado español que dicen ser “de izquierda” aúnan en estos tiempos voces y esfuerzos para defender aquello que llaman “estado de bienestar”. Ello lo hacen en medio del aplauso de gran parte de la sociedad, la cual se entiende beneficiaria de dicho estado de bienestar y por ello partidaria de su pervivencia.

En Tortuga tenemos otra perspectiva.

Asociamos “estado de bienestar” a otros términos mucho menos halagüeños: “sociedad de consumo”, “primer mundo”, “Europa rica”… Tras la pertinente comprobación histórica, concluimos que en general esta forma política y social tal como la conocemos hoy no es tanto la conquista de las luchas del movimiento obrero como se afirma de forma exagerada, sino que obedece en mucho mayor medida a las necesidades e intereses de las instituciones estatales liberales y capitalistas, intereses que se agudizan sobre todo a partir de la Segunda Guerra Mundial. Estas élites, en plena mundialización de la economía y de la guerra fría contra el comunismo, optaron por generar en determinadas zonas del planeta una cierta redistribución de la riqueza allí acumulada, parte de la cual se repartió entre amplias capas sociales en forma de servicios y subsidios, siempre administrados y dosificados por los aparatos estatales. Este tipo de políticas contaban ya con pequeños antecedentes desde principios del siglo XIX, pero fue en este momento, coincidiendo con la acuñación del término “estado de bienestar”, cuando se apostó fuertemente por ellas.

Con estas políticas las clases dominantes a nivel mundial obtuvieron durante toda la segunda mitad del siglo XX y casi hasta nuestros días, la desactivación de las luchas obreristas revolucionarias en el primer mundo, conjurando así la amenaza socialista. Dichas élites se rodearon de un amplio y cómodo colchón amortiguador de “ciudadanos” conformistas con el orden liberal establecido, beneficiarios de cierta capacidad adquisitiva o de consumo, acostumbrados a depender cada vez en mayor medida y para más cosas de la institución estatal y, en el mejor de los casos, partidarios sólo de cambios políticos y sociales de carácter superficial.

Este análisis se complementa con razones económicas, de tanta, y quizá incluso de mayor relevancia que las anteriores, que tienen que ver con la teoría del economista John Keynes: la redistribución de servicios y subsidios entre la población de nuestros países occidentales también pretendió en su día la implantación de fuertes mercados internos que sirvieran de motor al desarrollismo económico capitalista.

En el caso español es revelador que, a pesar de la existencia de numerosos hitos de legislación y política laboral y social que se veían dando desde principios del siglo XIX, de la mano, justamente, del desarrollo del aparato estatal liberal, la implantación de una parte fundamental del estado de bienestar tal como ha llegado a nuestros días (Seguridad Social entendida como asistencia sanitaria gratuita universal, sistema estatal de pensiones y coberturas de desempleo cercanas al salario bruto) se la debemos principalmente a la dictadura franquista, y en concreto a leyes como la de Desempleo (1961) o la de Bases de la Seguridad Social (1963), promulgadas en tiempos de escasa o nula conflictividad obrera pero de fuerte impulso estatal al desarrollismo industrial. En esta implantación profundizaron posteriormente diferentes gobiernos de la dictadura, y se completó hacia 1978.

Éste es el marco que se defiende hoy desde estos partidos, organizaciones y sindicatos citados.

Frente a la defensa de un modelo económico totalmente incluido en el capitalismo y diseñado y promovido por las élites liberal-burguesas que vienen acaparando el poder político, desde Tortuga apostamos por una revolución integral superadora del capitalismo y del sistema no libre de gobierno que le es inseparable acompañante. Desarrollaremos en este escrito las características principales de nuestro concepto de “revolución” así como del tipo de sociedad y relaciones humanas a las que aspiramos. Pero antes nos detendremos en una crítica más pormenorizada acerca del estado de bienestar y en un sucinto análisis del momento de crisis que actualmente parece atravesar este modelo.

El estado de bienestar es contrarrevolucionario

En realidad, éste viene a ser un modo de soborno o de compra material de lo que llaman la “paz social”, esto es, la ausencia de conflictos. De esta forma se logra que amplias capas de población de las sociedades en las que el estado de bienestar se da acaben viviendo con actitudes conformistas y con nulos deseos de cambio social. El miedo a perder lo que se tiene impide, o vuelve muy complicado, analizar en profundidad las causas y consecuencias del orden político y social y evita que se tengan oídos receptivos hacia quien lo cuestiona. Aborta, en definitiva, la posibilidad de que la sociedad tome conciencia de las contradicciones en las que vive y se organice con voluntad y determinación de obtener cambios sustanciales, es decir, revolucionarios.

El estado de bienestar es injusto

Porque no es ni puede ser universalizable. Se da, como decimos arriba, en virtud de una cierta redistribución de riqueza acumulada en una porción minoritaria del planeta denominada “primer mundo”. Una importante porción de esta riqueza no se genera en nuestros países sino que es expoliada del resto del mundo, o sea, de los países llamados (a causa de ello) empobrecidos, y depositada aquí. Tal cosa se consigue empleando multitud de fórmulas: colonialismo-imperialismo económico, multinacionales, deuda externa, reglas comerciales impuestas por el primer mundo, instituciones como el FMI, la OMC, etc. Llegado el caso, la maquinaria militar primermundista se convierte también en herramienta del robo de riqueza de esos países del tercer mundo, como podemos comprobar en los casos de Iraq, Libia o la República Democrática del Congo, por citar algunos de los más paradigmáticos en ese sentido.

Las grandes corporaciones expoliadoras emplean buena parte del capital que obtienen con dichas operaciones de colonialismo económico en realizar inversiones en los países del primer mundo donde están radicadas, dinamizando su economía y generando empleo. La tributación directa al estado de las grandes corporaciones, e indirecta a través de la economía subsidiaria que generan, es la que permite a éste recaudar el dinero “suplementario” con el que ofrecer a la ciudadanía los bienes y servicios que definen el estado del bienestar y de los que por supuesto no pueden gozar los habitantes de los estados expoliados, los cuales además sufren grandes daños en su propia economía doméstica. Un ejemplo menor pero muy clarificador podría ser la pesca del atún en las costas del Cuerno de África. Como puede apreciarse, el estado de bienestar es un producto resultante de las peores dinámicas del sistema económico capitalista, y su existencia guarda relación directa con la pobreza extrema de una parte mayoritaria de la humanidad.

El estado de bienestar es antidemocrático

De forma harto paradójica, la palabra “democracia” ha llegado a ser la más comúnmente utilizada para definir sistemas políticos que en realidad son de dominación. Nos cuesta hallar en la historia de los estados un orden de gobierno que en los hechos se haya correspondido con lo que intenta significar el vocablo. Es por ello por lo que tenemos ciertas reservas a la hora de emplearlo. A nuestro juicio solo cabe hablar de “democracia” cuando cada persona puede participar libre y directamente en la decisión de aquellas cuestiones que le afectan. En consecuencia solo será “democrática” una sociedad que garantice tal principio a pequeñas y grandes escalas y ninguna otra.

El estado de bienestar es la concreción más pura y acabada del estado-nación liberal y burgués diseñado en el siglo XIX. Su existencia es el formidable logro de una situación en la que una pequeña élite acapara todo el poder de gobernar y dispone de la mayor parte de riqueza y medios para producirla, mientras que la mayoría desposeída completamente de poder y de la parte principal de la riqueza vive conformándose con su situación, satisfecha con los servicios materiales que recibe del estado y convencida de que pertenece a una sociedad libre y democrática.

Aunque el sistema de elecciones cada cierto número de años trata de dar carta de naturaleza a una pretendida “soberanía del pueblo”, la realidad es que la alianza entre una pequeña oligarquía de políticos profesionales, la alta burocracia del estado, los poderes económicos y los medios de comunicación mantiene bien controlado el acceso a los centros de poder en todos los países donde se da el estado de bienestar. Los votantes en todos estos estados, entre los que se encuentra el nuestro, están irremisiblemente abocados a optar solo entre opciones políticas continuistas. En cualquier caso, incluso aunque se diesen fórmulas electorales más abiertas, el resultado práctico seguiría a años luz de la democracia, ya que ésta, como decimos, supone la participación decisoria de las personas en aquellas cuestiones que les afectan. Nada de eso sucede en las sociedades del estado de bienestar, en las cuales las personas, denominadas “ciudadanos”, no tienen ninguna forma de decidir tales cosas y sólo reciben el dudoso derecho de votar cada cierto número de años para elegir a los miembros de la élite burocrática que han de regir irremisiblemente su vida y destino durante la siguiente temporada.

En el supuesto, cada día más inverosímil, de que fallase alguno de estos mecanismos de control, el aparato estatal-capitalista tiene otra carta guardada en la manga: la policía, el ejército y la cárcel. Estos órganos del aparato estatal son la definitiva negación de la democracia y el anuncio de viva voz de que nadie puede evitar obedecer las decisiones de las élites gobernantes ni muchísimo menos cuestionarlas en su esencia.

Es paradigmático el papel que juega la institución militar, que, como decíamos antes, es un elemento de primer orden como garante armado del expolio comercial del Norte sobre el Sur. Pero de puertas adentro, y en compañía de su institución vicaria, la policía, desempeña una función igualmente trascendente como última y determinante barrera defensiva de los intereses de la minoría en el poder. Desgraciadamente en el estado español disponemos de abundante experiencia al respecto en los últimos 200 años. Desde los habituales pronunciamientos militares decimonónicos hasta las facultades que la misma Constitución vigente concede al ejército (pone los pelos de punta leer todo lo referido a estados de excepción, de alarma, a situaciones bélicas y más cosas) pasando por una ominosa y no tan lejana dictadura militar de casi 40 años.

El estado de bienestar es antiecológico

Estado de bienestar y sociedad de consumo vienen a ser sinónimos. El alto desarrollo industrial y tecnológico, así como los mecanismos capitalistas de expolio y concentración de la riqueza, han puesto en manos de amplias capas poblacionales de los países ricos una capacidad inédita de adquirir y consumir alimentos, productos manufacturados y servicios (por citar un ejemplo, los viajes en avión). Palabras como “crecimiento”, “desarrollo” y su eufemismo progre “desarrollo sostenible” o “de calidad” han sido y son mágicas consignas que han despertado maravillas en los oídos aburguesados de tanta gente. No pensamos que sea necesario extendernos para alertar de los efectos de tanto “desarrollo” y tanta capacidad de consumir y sus consecuencias a niveles medioambientales y de salud pública. Pocos dudan de la imposibilidad material de exportar a más lugares del planeta el modelo despilfarrador e irresponsable en lo material que caracteriza a todos los estados de bienestar (lo cual lo hace doblemente injusto), puesto que el colapso medioambiental sería casi inmediato. Pero es que ni siquiera es preciso llegar a formular dicha hipótesis. Incluso circunscribiéndonos a los lugares del mundo en los que se da ahora, la consecuencia del consumismo practicado en el estado de bienestar estaría ya causando daños irreversibles al planeta (destrucción de la atmósfera, de la biodiversidad…). Daños que, de no corregirse a corto plazo, amenazan con ser devastadores.

El estado de bienestar es antihumano

Otro sinónimo de estado de bienestar podría ser “sociedad del espectáculo”. Nosotros iríamos más allá y emplearíamos el término “sociedad del adoctrinamiento”. La apuesta decididamente material y furibundamente antiespiritual y antimoral de este modelo de sociedad, unida a los mecanismos adoctrinadores que posee la institución que está en su centro —el estado— también están generando un tipo de persona en permanente regresión.

Sistema educativo, cultura de masas, medios de información y comunicación… todo ello navega en una misma dirección —desde el poder hacia los individuos de la sociedad— generando una forma de concebir la realidad que ha sido definida como “pensamiento único”.

La apuesta del citado pensamiento único por el materialismo y el utilitarismo en todas sus expresiones, así como por una manera relativista y no ética de vivir en sociedad están logrando poco a poco la desaparición de formas relacionales populares tradicionales, de realidades de apoyo mutuo a diferentes niveles y de imbricación de unas personas con otras. Los valores cooperativos y solidarios que existieron tradicionalmente en numerosas colectividades van siendo sustituidos por actitudes egoístas e individualistas de darwinismo social, las espiritualidades se permutan por comportamientos hedonista-vacacionales, y la moral de las sociedades y la ética de las personas van siendo usurpadas en todos los casos por “lo que digan las leyes” y los tribunales del estado. A esto último le han puesto el nombre de “estado de derecho”.

Cualquier revolución, cualquier sociedad que valga la pena requerirá personas capaces de vivirla, seres humanos que realmente deseen la justicia, amen la libertad y estén dispuestos a luchar y sacrificarse para su consecución. El estado de bienestar, podemos afirmarlo, no contribuye a que exista ese tipo de personas. Más bien a todo lo contrario.

¿Por qué ahora el estado de bienestar está en crisis?

En nuestra opinión, por varias causas.

En primer lugar, las élites que controlan el poder político y económico en el primer mundo, a partir de la caída del Muro de Berlín y del derrumbe del bloque leninista, han ido paulatinamente perdiendo interés por un modelo que ya no les es tan imprescindible como antes. Una vez conjurada la “amenaza comunista” y lograda la garantía de que la población del primer mundo ha perdido cualquier tipo de deseo revolucionario, no necesitan invertir-repartir tanta riqueza en sobornar a la sociedad primermundista para apagar la llama insurreccional. Una vez los mecanismos adoctrinadores han dado su fruto y la inmensa mayoría de la población no cuestiona la ficción democrática del parlamentarismo, es posible aumentar la cuenta de beneficios —deseo permanente del gran capital por su propia naturaleza— a costa de algunas prestaciones estatales. Ese es el camino que se ha recorrido desde los años 90 hasta aquí, si bien en los últimos años se ha acelerado por causa de la crisis económica.

Una crisis que constituye un factor añadido. La burguesía —entonces clase social—, desde el siglo XIX organizada en torno a la institución del estado-nación liberal, es quien ha estado hasta hoy al mando de política y economía, tratando de mantenerse erguida a lomos de una bestia más bien poco controlable: el sistema económico capitalista. Dicho sistema, como es sabido, tiene sus ciclos largos y cortos, sus crisis financieras y sistémicas, sus recesiones e incluso una serie de contradicciones en las que podría estar escrito su derrumbe final. Hasta ahora la burguesía, luego convertida en oligarquía dominante, ha sabido cabalgar la bestia adaptándose a todos sus movimientos. Según han ido sucediendo unas y otras crisis, estas personas, desde la institución estatal, auténtica torre de control también de la economía, han ido tomando las decisiones convenientes para mutar y adaptarse a la nueva situación. Así, el sistema económico, según momentos y zonas, ha sido librecambista, proteccionista, keynesiano o ultraliberal (entre otras formas). El modelo económico ligado al estado de bienestar, el keynesianismo, ha venido siendo útil en momentos de fuerte desarrollismo. Los gurús de la economía han decidido que no es el más conveniente para capear momentos de crisis, y en consecuencia los gobiernos de los estados proceden hoy a recoger algunas de esas velas.

La crisis, que es productiva tanto como financiera, ha descuadrado el balance contable de los estados occidentales, los cuales se ven obligados a adoptar medidas de ahorro en su propia administración, así como ajustes diversos en las economías “nacionales” por una cuestión de “competitividad” ante otras economías emergentes. A ambos tipos de medidas responden los llamados “recortes sociales” que tanto rechazo generan en la población. Como la otra de las causas del “estado de bienestar” es la generación de mercados internos de consumidores, cabe interpretar que las autoridades de los estados occidentales tratarán de practicar los mínimos recortes que juzguen suficientes y cuya cuantía va a depender de la dimensión y duración de la crisis. Al menos en teoría. Como la citada crisis económica no solo afecta a los estados, sino también a las empresas privadas estamos asistiendo en numerosos países occidentales —en el estado español, por ahora, en pequeña medida— al “rescate” o adquisición por parte de los estados de empresas en crisis, bancos principalmente. Este trasvase de propiedad y de recursos económicos entre grandes empresas y estados (se privatiza, se nacionaliza, se vuelve a privatizar, se emite deuda, se “rescata” al banco que compró la deuda… moviendo fondos existentes e inexistentes de aquí para allá, pero siempre en manos de las minorías dominantes) es una patente demostración de que la institución estatal y el sistema económico capitalista son la misma realidad. Ni siquiera esos “mercados” a los que se invoca como una oscura mano que actúa contra los intereses de los estados, ergo contra los intereses de los ciudadanos, son otra cosa que una suma de entidades financieras y terceros estados “compradores” de deuda, es decir, prestamistas.

Resulta curioso que los agentes de “la izquierda”, que claman contra lo que juzgan “desmantelamiento del estado de bienestar”, apenas incluyan en sus peticiones conservadoras análisis económicos que avalen la viablidad de sus propuestas dentro del propio sistema liberal-capitalista, que es donde al parecer desean permanecer.

¿Cuál es la propuesta entonces?

Por si alguien venía entendiendo algo en esa línea, no estamos proponiendo pasar del bienestar al “malestar”. No se trata de derribar todo lo existente para volver a crear partiendo de cero. Por mucho que comprendamos al estado como una institución en manos de las élites y no del pueblo, no tendría sentido alguno renunciar “de golpe y porrazo” a todo lo que dicha institución hoy administra. Por ejemplo, mientras tomamos y no conciencia como sociedad y nos vamos autoorganizando en lo político y en lo económico, necesitamos un sistema de sanidad, entre otras cosas. Pero ello no quiere decir que no debamos a aspirar a dar los pasos necesarios para que el actual sistema sanitario esté, en un futuro, organizado y administrado democráticamente por las personas que son sus trabajadoras y usuarias, y no por dirigentes políticos y empresariales, como sucede hoy.

“La solución es la revolución” es un viejo eslogan recurrente en tiempos de crisis. Y es bien cierto. Pero una revolución que se ha de hacer paso a paso y con los pies en el suelo.

En primer lugar hay que despertar y tomar conciencia del engaño en que vivimos para no seguir defendiendo y apostando por aquello que nos destruye como sociedad y como personas, y que además es catastrófico para el medio ambiente… A continuación tendremos que comprometernos y empezar a generar alternativas auténticas a aquello que criticamos.

Frente a la dimensión contrarrevolucionaria del estado de bienestar habremos de crear grupos organizados y coordinados, movimientos sociales y espacios en los que reflexionar juntos en un primer momento para después salir al encuentro de la sociedad y de las instituciones, denunciando y enfrentándonos a los aspectos más inmorales y las consecuencias más nocivas del sistema, sin caer en el llamado reformismo burgués y, por ello, apuntando en cada acto a la superación de dicho sistema en toda su extensión.

Ante su dimensión de injusticia social y de grave atentado contra el medio ambiente, habremos de aprender a renunciar a aquellos elementos materiales de nuestra forma de vida que son superfluos, prescindibles, antiecológicos y comparativamente injustos, aprendiendo a vivir con menos y a ser más felices así. Desde ahí nos apoyaremos mutuamente e interpelaremos a la sociedad invitándola a seguir nuestro ejemplo. Ante perversos sofismas como el “desarrollo sostenible”, reivindicaremos el decrecimiento y la autogestión, abriendo caminos para experimentar fórmulas concretas de alternativa y superación del sistema económico capitalista.

Con respecto al déficit total de democracia, nos esforzaremos primero en denunciar tal situación con el fin de que sea conocida por el mayor número de personas. Evidentemente, dejaremos de participar y colaborar con cualquiera de los mecanismos que perpetúan la opresión (instrumentos coercitivos del estado) o sustentan la ficción democrática (elecciones). En su lugar desarrollaremos espacios asamblearios de participación horizontal y directa donde aprender primero a funcionar colectivamente con fórmulas realmente participativas, corresponsables y democráticas, para después extender estos espacios reclamando, disputando y arrebatando al sistema la potestad de decidir sobre las cosas que nos afectan. Asimismo, nos esforzaremos en crear alternativas tangibles y crecientes a todos los sistemas de adoctrinamiento vigentes: educativas, culturales y mediáticas.

Por último nos enfrentaremos a la destrucción que se está llevando a cabo actualmente de muchas de las características que a los seres humanos nos hacen ser tales, esforzándonos en recrear relaciones interpersonales y grupales verdaderas, de apoyo mutuo en lo económico, lo político y lo personal, tejiendo redes y alianzas de intereses e identidades comunes, generando sistemas amplios de participación en la gestión de la sociedad... Trabajaremos y tendremos en cuenta en nuestros grupos y movimientos sociales nuestras dimensiones humanas y psicoafectivas, las relaciones entre sexos, las necesidades de tipo cultural, espiritual, artístico… Reivindicaremos y tendremos muy presente la necesidad de una ética individual afirmada en valores positivos y de una moralidad social que ayude a mantener y desarrollar aquellos elementos comunes que se juzgan beneficiosos y necesarios, que además garantice la libertad de cada individuo en lo que se refiere a conciencia y opciones.

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No ens sembla bé la defensa de l’“estat del benestar”

Estat del benestar, o revolució?

Alguns partits polítics, organitzacions i sindicats de l’estat espanyol que diuen ser “d’esquerres” combinen en aquests temps veus i esforços per tal de defensar allò que anomenen “estat del benestar”. Això ho fan enmig de l’aplaudiment de gran part de la societat, la qual s’entén beneficiària de l’esmentat estat del benestar i per això partidària de la seua pervivència.

A Tortuga tenim una altra perspectiva.

Associem “estat del benestar” a d’altres termes molt menys favorables: “societat de consum”, “primer món”, “Europa rica”… Després de la comprovació històrica pertinent, concloem que en general aquesta forma política i social tal com la coneixem hui en dia no és tant la conquista de les lluites del moviment obrer com s’afirma de forma exagerada, sinó que obeïx molt més les necessitats i interessos de les institucions estatals liberals i capitalistes, interessos que s’aguditzen sobretot a partir de la Segona Guerra Mundial. Aquestes elits, en plena mundialització de l’economia i de la guerra freda contra el comunisme, van optar per generar en determinades zones del planeta una redistribució moderada de la riquesa que s’acumulava allà, part de la qual es va repartir entre amples capes socials en forma de serveis i subsidis, sempre administrats i dosificats pels aparells estatals. Aquest tipus de polítiques contaven ja amb petits antecedents des de principis del segle XIX, però va ser en aquest moment, coincidint amb l’aparició del terme “estat del benestar”, que es va apostar amb força per elles.

Amb aquestes polítiques les classes dominants a nivell mundial van obtindre, durant tota la segona meitat del segle XX i gairebé fins als nostres dies, la desactivació de les lluites obreristes revolucionàries al primer món, conjurant així l’amenaça socialista. Aquestes elits es van envoltar d’un ample i còmode matalaf amortidor de “ciutadans” conformistes amb l’ordre liberal establert, beneficiaris d’alguna capacitat adquisitiva o de consum, acostumats a dependre cada vegada més i per a més coses de la institució estatal i, al millor dels casos, partidaris només de canvis polítics i socials de caràcter superficial.

Aquesta anàlisi es complementa amb raons econòmiques, de tanta i potser fins i tot de major rellevància que les anteriors, que tenen a vore amb la teoria de l’economista John Keynes: la redistribució de serveis i subsidis entre la població dels nostres països occidentals també pretenia al seu moment la implantació de mercats interns forts que serviren de motor al desenvolupisme econòmic capitalista.

Al cas espanyol és revelador que, malgrat l’existència de nombrosos avanços en la legislació i la política als àmbits laboral i social que es venien donant des de principis del segle XIX, de la mà, justament, del desenvolupament de l’aparell estatal liberal, la implantació d’una part fonamental de l’estat del benestar tal com ha arribat als nostres dies (Seguretat Social entesa como assistència sanitària gratuïta universal, sistema estatal de pensions i cobertures d’atur properes al salari brut) li la devem principalment a la dictadura franquista, i en concret a lleis com ara la d’Atur (1961) o la de Bases de la Seguretat Social (1963), promulgades en temps d’escassa o nul·la conflictivitat obrera però de fort suport estatal al desenvolupisme industrial. En aquesta implantació van aprofundir posteriorment diferents governs de la dictadura, i es va completar vora el 1978.

Aquest és el marc que es defensa avui des d’aquestos partits, organitzacions i sindicats esmentat.

Front a la defensa d’un model econòmic totalment inclòs al capitalisme i dissenyat i promogut per les elits liberals-burgeses que venen acaparant el poder polític, des de Tortuga apostem per una revolució integral superadora del capitalisme i del sistema no lliure de govern que li és inseparable acompanyant. Desenvoluparem en aquest escrit les característiques principals del nostre concepte de “revolució”, així com del tipus de societat i relacions humanes a què aspirem. Però abans ens detindrem en una crítica més detallada sobre l’estat del benestar i en una anàlisi minuciosa del moment de crisi que actualment pareix viure aquest model.

L’estat del benestar és contrarevolucionari

En realitat, esdevé una espècie de suborn o de compra material d’allò que anomenen la “pau social”, es a dir, l’absència de conflictes. D’aquesta manera s’aconseguix que amples capes de població de les societats a les quals es dóna l’estat del benestar acaben vivint amb actituds conformistes i amb cap desig de canvi social. La por a perdre allò que es té impedix, o torna molt complicat, analitzar en profunditat les causes i conseqüències de l’ordre polític i social i evita que es tinga una actitud receptiva cap a qui el qüestiona. Neutralitza, en definitiva, la possibilitat que la societat prenga consciència de les contradiccions en què viu i s’organitze amb voluntat i determinació d’obtindre canvis substancials, és a dir, revolucionaris.

L’estat del benestar és injust

Perquè no és ni pot ser universalitzable. Es dóna, com diem més amunt, en virtut d’una redistribució de riquesa acumulada en una porció minoritària del planeta denominada “primer món”. Una important porció d’aquesta riquesa no es genera als nostres països, sinó que és espoliada de la resta del món, o siga, dels països anomenats (a causa d’això) empobrits, i dipositada ací. Tal cosa s’aconseguix mitjançant una gran varietat de fórmules: colonialisme-imperialisme econòmic, multinacionals, deute extern, regles comercials imposades pel primer món, institucions com ara l’FMI, l’OMC... Si arriba el cas, la maquinària militar primermundista es convertix també en eina per robar riquesa a aquestos països del tercer món, com podem comprovar als casos de l’Iraq, Líbia o la República Democràtica del Congo, per mencionar alguns dels més paradigmàtics en aquest sentit.

Les grans corporacions espoliadores utilitzen bona part del capital que obtenen amb aquestes operacions de colonialisme econòmic per a realitzar inversions als països del primer món on són presents, dinamitzant la seua economia i generant ocupació. La tributació directa a l’estat de les grans corporacions, i indirecta a través de l’economia subsidiària que generen, és la que permet a aquest recaptar els diners “suplementaris” amb què oferir a la ciutadania els béns y serveis que definixen l’estat del benestar y dels quals, per descomptat, no poden gaudir els habitants dels estats espoliats, que a més patixen greus danys a la seua pròpia economia domèstica. Un exemple menor però molt aclaridor podria ser la pesca de la tonyina a les costes de la Banya d’Àfrica. Com es pot apreciar, l’estat del benestar és un producte resultant de les pitjors dinàmiques del sistema econòmic capitalista, i la seua existència guarda relació directa amb la pobresa extrema d’una part majoritària de la humanitat.

L’estat del benestar és antidemocràtic

De forma ben paradoxal, la paraula “democràcia” ha arribat a ser la més comunament utilitzada per a definir sistemes polítics que en realitat són de dominació. Ens costa trobar a la història dels estats un ordre de govern que als fets s’haja correspost amb allò que intenta significar el vocable. És per això que tenim algunes reserves a l’hora d’utilitzar-lo. Segons la nostra opinió, només cap parlar de “democràcia” quan cada persona pot participar lliure i directament en la decisió d’aquelles qüestions que li afecten. En conseqüència, només serà “democràtica” una societat que garantisca tal principi a petita i gran escala, i no cap altra.

L’estat del benestar és la concreció més pura i acabada de l’estat-nació liberal i burgès dissenyat al segle XIX. La seua existència és l’èxit formidable d’una petita elit que acapara tot el poder de governar i disposa de la major part de la riquesa i dels mitjans per a produir-la, mentre que la majoria desposseïda completament de poder i de la part principal de la riquesa viu conformant-se amb la seua situació, satisfeta amb els serveis materials que rep de l’estat i convençuda que pertany a una societat lliure i democràtica.

Encara que el sistema d’eleccions cada cert nombre d’anys tracta de donar legitimitat a una pretesa “sobirania del poble”, la realitat és que l’aliança entre una petita oligarquia de polítics professionals, l’alta burocràcia de l’estat, els poders econòmics i els mitjans de comunicació mantenen ben controlat l’accés als centres de poder a tots els països on es dóna l’estat del benestar. Els votants a tots aquestos estats, entre els quals es troba el nostre, estan irremissiblement condemnats a optar només entre opcions polítiques continuistes. En qualsevol cas, fins i tot si es donaren fórmules electorals més obertes, el resultat pràctic seguiria a anys llum de la democràcia, ja que aquesta, com hem dit, suposa la participació decisòria de les persones en aquelles qüestions que els afecten. Res d’això ocorre a les societats de l’estat del benestar, on les persones, anomenades “ciutadans”, no tenen cap forma de decidir sobre aquestes coses, i només reben el dubtós dret de votar cada cert nombre d’anys per tal d’elegir els membres de l’elit burocràtica que han de regir irremissiblement la seua vida i destí durant la temporada següent.

Si es donara el cas hipotètic, cada dia més inversemblant, que fallara algun d’aquestos mecanismes de control, l’aparell estatal-capitalista té una altra carta amagada a la mànega: la policia, l’exèrcit i la presó. Aquestos òrgans de l’aparell estatal són la definitiva negació de la democràcia i l’anunci ben clar que ningú no pot evitar obeir les decisions de les elits governants ni encara molt menys qüestionar-les en la seua essència.

És paradigmàtic el paper que juga la institució militar, la qual, com déiem abans, és un element de primer ordre com a garant armat de l’espoli comercial del nord sobre el sud. Però de portes endins, i en companyia de la seua institució vicària, la policia, du a terme una funció igualment transcendent com a última i determinant barrera defensiva dels interessos de la minoria que ostenta el poder. Desgraciadament, a l’estat espanyol disposem d’abundant experiència al respecte en els últims 200 anys. Des dels habituals pronunciaments militars al segle XIX fins les facultats que la mateixa Constitució vigent concedix a l’exèrcit (fa posar els pèls de punta llegir tot allò que es referix a estats d’excepció, d’alarma, a situacions bèl·liques i més coses), passant per una ominosa i no tan llunyana dictadura militar de vora 40 anys.

L’estat del benestar és antiecològic

Estat del benestar i societat de consum són gairebé sinònims. L’alt desenvolupament industrial i tecnològic, a més dels mecanismes capitalistes d’espoli i concentració de la riquesa, han posat en mans d’amples capes poblacionals dels països rics una capacitat inèdita d’adquirir i consumir aliments, productes manufacturats i serveis (per donar un exemple, els viatges en avió). Paraules com ara “creixement”, “desenvolupament” i el seu eufemisme progre, “desenvolupament sostenible” o “de qualitat” han sigut i són màgiques consignes que han despertat meravelles a les orelles aburgesades de tanta gent. No pensem que calga que ens estenguem per a alertar dels efectes de tant “desenvolupament” i tanta capacitat de consumir i les seues conseqüències a nivells mediambientals i de salut pública. Pocs dubten de la impossibilitat material d’exportar a més llocs del planeta el model balafiador i irresponsable en l’aspecte material que caracteritza a tots els estats del benestar (la qual cosa el fa doblement injust), ja que el col·lapse mediambiental seria quasi immediat. Però és que ni tan sols és necessari arribar a formular aquesta hipòtesi. Fins i tot si ens circumscrivim als llocs del món on es dóna ara, la conseqüència del consumisme practicat al marc de l’estar del benestar estaria ja causant danys irreversibles al planeta (destrucció de l’atmosfera, de la biodiversitat…). Danys que, de no corregir-se a curt termini, amenacen amb ser devastadors.

L’estat del benestar és antihumà

Un altre sinònim d’estat del benestar podria ser “societat de l’espectacle”. Nosaltres aniríem més enllà i utilitzaríem el terme “societat de l’adoctrinament”. L’aposta decididament material i furibundament antiespiritual i antimoral d’aquest model de societat, unida als mecanismes adoctrinadors que posseïx la institució que està al seu centre —l’estat— també estan generant un tipus de persona en permanent regressió.

Sistema educatiu, cultura de masses, mitjans d’informació i comunicació... Tot allò navega en una mateixa direcció —des del poder cap als individus de la societat— generant una forma de concebre la realitat que ha sigut definida com “pensament únic”.

L’aposta d’aquest pensament únic pel materialisme i l’utilitarisme en totes les seues expressions, així com per una manera relativista i no ètica de viure en societat estan aconseguint a poc a poc la desaparició de formes relacionals populars tradicionals, de realitats de suport mutu a diferents nivells i d’imbricació d’unes persones amb altres. Els valors cooperatius i solidaris que existiren tradicionalment a nombroses col·lectivitats es van substituint per actituds egoistes i individualistes de darwinisme social, les espiritualitats es permuten per comportaments hedonistes-vacacionals, i la moral de les societats i la ètica de les persones es van usurpant en tots els casos en favor d’“allò que diguen les lleis” i dels tribunals de l’estat. A això últim li han posat el nom d’“Estat de dret”.

Qualsevol revolució, qualsevol societat que valga la pena requerirà persones capaces de viure-la, éssers humans que realment desitgen la justícia, amen la llibertat i estiguen disposats a lluitar i sacrificar-se per aconseguir-les. L’estat del benestar, podem afirmar-ho, no contribuïx a que existisquen aquest tipus de persones. Més aviat a tot el contrari.

Per què ara l’estat del benestar està en crisi?

Segons la nostra opinió, per diferents causes.

En primer lloc, les elits que controlaven el poder polític i econòmic al primer món, a partir de la caiguda del mur de Berlín i de l’enderroc del bloc leninista, han anat paulatinament perdent interés per un model que ja no els és tan imprescindible com abans. Un cop conjurada l’“amenaça comunista” i obtinguda la garantia que la població del primer món ha perdut qualsevol tipus de desig revolucionari, no necessiten invertir-repartir tanta riquesa a subornar la societat primermundista per a apagar la flama insurreccional. Un cop els mecanismes adoctrinadors han donat el seu frut i la immensa majoria de la població no qüestiona la ficció democràtica del parlamentarisme, és possible augmentar el compte de beneficis —desig permanent del gran capital per la seua pròpia natura— a costa d’algunes prestacions estatals. Aquest és el camí que s’ha recorregut des dels anys 90 fins ara, si bé als últims anys s’ha accelerat per causa de la crisi econòmica.

Una crisi que constituiria un factor afegit. La burgesia —llavors una classe social—, des del segle XIX organitzada entorn a la institució de l’estat-nació liberal, és qui ha estat fins avui comandant la política i l’economia, tractant de mantindre’s dreta a lloms d’una bèstia no gaire controlable: el sistema econòmic capitalista. Aquest sistema, com és sabut, té els seus cicles llargs i curts, les seues crisis financeres i sistèmiques, les seues recessions i fins i tot una sèrie de contradiccions en les quals podria estar escrit el seu enderroc final. Fins ara la burgesia, després convertida en oligarquia dominant, ha sabut cavalcar la bèstia adaptant-se a tots els seus moviments. Segons han anat succeint unes i altres crisis, aquestes persones, des de la institució estatal, autèntica torre de control també de l’economia, han anat prenent les decisions convenients per a mutar i adaptar-se a la nova situació. Així, el sistema econòmic, segons el moment i la zona, ha sigut lliurecamvista, proteccionista, keynesià o ultraliberal (entre d’altres coses). El model econòmic lligat a l’estat del benestar, el keynesianisme, ha sigut fins ara útil en moments de fort desarrollisme. Els gurus de l’economia han decidit que no és el més convenient per a capejar moments de crisi, i en conseqüència els governs dels estats procedixen hui a plegar algunes d’aquestes veles.

La crisi, que és productiva tant com és financera, ha desquadrat el balanç contable dels estats occidentals, els quals es veuen obligats a adoptar mesures d’estalvi a la seua pròpia administració, així com ajustos diversos a les economies “nacionals” per una qüestió de “competitivitat” davant altres economies emergents. A tots dos tipus de mesures responen els anomenats “retalls socials” que tant de rebuig generen entre la població. Com que l’altra de les causes de l’“estat del benestar” és la generació de mercats interns de consumidors, cap interpretar que les autoritats dels estats occidentals tractaran de practicar els mínims retalls que jutgen suficients i la quantia dels quals dependrà de la dimensió i duració de la crisi. Almenys en teoria. Com que l’esmentada crisi econòmica no només afecta els estats sinó també les empreses privades, assistim ara en nombrosos països occidentals —a l’estat espanyol, per ara, a petita escala— al “rescat” o adquisició per part dels estats d’empreses en crisi, bancs principalment. Aquest transvasament de propietat i de recursos econòmics entre grans empreses i estats (es privatitza, es nacionalitza, es torna a privatitzar, s’emet deute, es “rescata” el banc que va comprar el deute... movent diners existents i inexistents d’ací cap allà, però sempre en mans de les minories dominants) és una patent demostració que la institució estatal i el sistema econòmic capitalista són la mateixa realitat. Ni tan sols aquests “mercats” a què s’invoca com una malvada i misteriosa mà que actua contra els interessos dels estats, ergo contra els interessos dels ciutadans, són una altra cosa que una suma d’entitats financeres i tercers estats “compradors” de deute, és a dir, prestamistes.

Resulta curiós que els agents d’“esquerres”, que clamen contra allò que jutgen “desmantellament de l’estat del bienestar” a penes no incloguen en les seues peticions conservadores unes anàlisis econòmiques que avalen la viabilitat de les seues propostes dins del propi sistema liberal-capitalista, que és on sembla que volen romandre.

Quina és la proposta, aleshores?

Per si algú venia entenent cap cosa en aquesta línia, no proposem passar del benestar al “malestar”. No es tracta d’enderrocar tot allò que existeix per a tornar a crear a partir de zero. Encara que vegem l’estat com una institució en mans de les elits i no del poble, no tindria cap sentit renunciar “de colp i volta” a tot allò que aquesta institució administra avui. Per exemple, mentre prenem consciència com a societat i ens anem autoorganitzant en afers polítics i econòmics, necessitem un sistema de sanitat, entre d’altres coses. Però això no vol dir que no hàgem d’aspirar a donar els passos necessaris per tal que l’actual sistema sanitari estiga, en un futur, organitzat i administrat democràticament per les persones que són les seues treballadores i usuàries, i no per dirigents polítics i empresarials, com ocorre avui.

“La solució és la revolució” és un vell eslògan recurrent en temps de crisi. I és ben cert. Però una revolució que s’ha de fer pas a pas i amb els peus a terra.

En primer lloc cal despertar i prendre consciència de l’engany en què vivim per tal de no seguir defensant i apostant per allò que ens destruïx com a societat i com a persones, i que a més és catastròfic per al medi ambient. A continuació haurem de comprometre’ns i començar a generar alternatives autèntiques a allò que critiquem.

Contra la dimensió contrarevolucionària de l’estat del benestar haurem de crear grups organitzats i coordinats, moviments socials i espais on reflexionar junts en un primer moment per a sortir després a l’encontre de la societat i de les institucions, denunciant i enfrontant-nos als aspectes més immorals i les conseqüències més nocives del sistema, sense caure a l’anomenat reformisme burgès i, per això, perseguint amb cada acte la superació d’aquest sistema en tota la seua extensió.

Davant la seua dimensió d’injustícia social i de greu atemptat contra el medi ambient, haurem d’aprendre a renunciar a aquells elements materials de la nostra vida que són superflus, prescindibles, antiecològics i comparativament injustos, aprenent a viure amb menys i a ser més feliços així. A partir d’ací, ens donarem suport mútuament i interpel·larem la societat invitant-la a seguir el nostre exemple. Contra perversos sofismes como ara el “desenvolupament sostenible”, reivindicarem el decreixement i l’autogestió, obrint camins per a experimentar fórmules concretes d’alternativa i superació del sistema econòmic capitalista.

Quant al dèficit total de democràcia, ens esforçarem primer a denunciar aquesta situació per tal de que siga coneguda pel major nombre possible de persones. Evidentment, deixarem de participar i col·laborar amb qualsevol dels mecanismes que perpetuen l’opressió (instruments coercitius de l’estat) o sustenten la ficció democràtica (eleccions). Al seu lloc desenvoluparem espais assemblearis de participació horitzontal i directa on aprendre primer a funcionar col·lectivament amb fórmules realment participatives, coresponsables i democràtiques, i després estendrem aquests espais reclamant, disputant i arrabassant al sistema la potestat de decidir sobre les coses que ens afecten. De la mateixa manera, ens esforçarem a crear alternatives tangibles i creixents a tots els sistemes d’adoctrinament vigents: educatius, culturals i mediàtics.

Per últim, ens enfrontarem a la destrucció que s’està duent a terme actualment de moltes de les característiques que als éssers humans ens fan ser tals, esforçant-nos a recrear relacions interpersonals i grupals de veritat, de suport mutu en aspectes econòmics, polítics i personals, teixint xarxes i aliances d’interessos i identitats comuns, generant sistemes amples de participació a la gestió de la societat... Treballarem i tindrem en compte als nostres grups i moviments socials les nostres dimensions humanes i psicoafectives, les relacions entre sexes, les necessitats de tipus cultural, espiritual, artístic... Reivindicarem i tindrem molt present la necessitat d’una ètica individual afirmada en valors positius i d’una moralitat social que ajude a mantindre i desenvolupar aquells elements comuns que es jutgen beneficiosos i necessaris, que a més garantisca la llibertat de cada individu pel que fa a consciència i opcions.

¿Estado de bienestar, o revolución?

Algunos partidos políticos, organizaciones y sindicatos del estado español que dicen ser “de izquierda” aúnan en estos tiempos voces y esfuerzos para defender aquello que llaman “estado de bienestar”. Ello lo hacen en medio del aplauso de gran parte de la sociedad, la cual se entiende beneficiaria de dicho estado de bienestar y por ello partidaria de su pervivencia.

En Tortuga tenemos otra perspectiva.

Asociamos “estado de bienestar” a otros términos mucho menos halagüeños: “sociedad de consumo”, “primer mundo”, “Europa rica”… Tras la pertinente comprobación histórica, concluimos que en general esta forma política y social tal como la conocemos hoy no es tanto la conquista de las luchas del movimiento obrero como se afirma de forma exagerada, sino que obedece en mucho mayor medida a las necesidades e intereses de las instituciones estatales liberales y capitalistas, intereses que se agudizan sobre todo a partir de la Segunda Guerra Mundial. Estas élites, en plena mundialización de la economía y de la guerra fría contra el comunismo, optaron por generar en determinadas zonas del planeta una cierta redistribución de la riqueza allí acumulada, parte de la cual se repartió entre amplias capas sociales en forma de servicios y subsidios, siempre administrados y dosificados por los aparatos estatales. Este tipo de políticas contaban ya con pequeños antecedentes desde principios del siglo XIX, pero fue en este momento, coincidiendo con la acuñación del término “estado de bienestar”, cuando se apostó fuertemente por ellas.

Con estas políticas las clases dominantes a nivel mundial obtuvieron durante toda la segunda mitad del siglo XX y casi hasta nuestros días, la desactivación de las luchas obreristas revolucionarias en el primer mundo, conjurando así la amenaza socialista. Dichas élites se rodearon de un amplio y cómodo colchón amortiguador de “ciudadanos” conformistas con el orden liberal establecido, beneficiarios de cierta capacidad adquisitiva o de consumo, acostumbrados a depender cada vez en mayor medida y para más cosas de la institución estatal y, en el mejor de los casos, partidarios sólo de cambios políticos y sociales de carácter superficial.

Este análisis se complementa con razones económicas, de tanta, y quizá incluso de mayor relevancia que las anteriores, que tienen que ver con la teoría del economista John Keynes: la redistribución de servicios y subsidios entre la población de nuestros países occidentales también pretendió en su día la implantación de fuertes mercados internos que sirvieran de motor al desarrollismo económico capitalista.

En el caso español es revelador que, a pesar de la existencia de numerosos hitos de legislación y política laboral y social que se veían dando desde principios del siglo XIX, de la mano, justamente, del desarrollo del aparato estatal liberal, la implantación de una parte fundamental del estado de bienestar tal como ha llegado a nuestros días (Seguridad Social entendida como asistencia sanitaria gratuita universal, sistema estatal de pensiones y coberturas de desempleo cercanas al salario bruto) se la debemos principalmente a la dictadura franquista, y en concreto a leyes como la de Desempleo (1961) o la de Bases de la Seguridad Social (1963), promulgadas en tiempos de escasa o nula conflictividad obrera pero de fuerte impulso estatal al desarrollismo industrial. En esta implantación profundizaron posteriormente diferentes gobiernos de la dictadura, y se completó hacia 1978.

Éste es el marco que se defiende hoy desde estos partidos, organizaciones y sindicatos citados.

Frente a la defensa de un modelo económico totalmente incluido en el capitalismo y diseñado y promovido por las élites liberal-burguesas que vienen acaparando el poder político, desde Tortuga apostamos por una revolución integral superadora del capitalismo y del sistema no libre de gobierno que le es inseparable acompañante. Desarrollaremos en este escrito las características principales de nuestro concepto de “revolución” así como del tipo de sociedad y relaciones humanas a las que aspiramos. Pero antes nos detendremos en una crítica más pormenorizada acerca del estado de bienestar y en un sucinto análisis del momento de crisis que actualmente parece atravesar este modelo.

El estado de bienestar es contrarrevolucionario

En realidad, éste viene a ser un modo de soborno o de compra material de lo que llaman la “paz social”, esto es, la ausencia de conflictos. De esta forma se logra que amplias capas de población de las sociedades en las que el estado de bienestar se da acaben viviendo con actitudes conformistas y con nulos deseos de cambio social. El miedo a perder lo que se tiene impide, o vuelve muy complicado, analizar en profundidad las causas y consecuencias del orden político y social y evita que se tengan oídos receptivos hacia quien lo cuestiona. Aborta, en definitiva, la posibilidad de que la sociedad tome conciencia de las contradicciones en las que vive y se organice con voluntad y determinación de obtener cambios sustanciales, es decir, revolucionarios.

El estado de bienestar es injusto

Porque no es ni puede ser universalizable. Se da, como decimos arriba, en virtud de una cierta redistribución de riqueza acumulada en una porción minoritaria del planeta denominada “primer mundo”. Una importante porción de esta riqueza no se genera en nuestros países sino que es expoliada del resto del mundo, o sea, de los países llamados (a causa de ello) empobrecidos, y depositada aquí. Tal cosa se consigue empleando multitud de fórmulas: colonialismo-imperialismo económico, multinacionales, deuda externa, reglas comerciales impuestas por el primer mundo, instituciones como el FMI, la OMC, etc. Llegado el caso, la maquinaria militar primermundista se convierte también en herramienta del robo de riqueza de esos países del tercer mundo, como podemos comprobar en los casos de Iraq, Libia o la República Democrática del Congo, por citar algunos de los más paradigmáticos en ese sentido.

Las grandes corporaciones expoliadoras emplean buena parte del capital que obtienen con dichas operaciones de colonialismo económico en realizar inversiones en los países del primer mundo donde están radicadas, dinamizando su economía y generando empleo. La tributación directa al estado de las grandes corporaciones, e indirecta a través de la economía subsidiaria que generan, es la que permite a éste recaudar el dinero “suplementario” con el que ofrecer a la ciudadanía los bienes y servicios que definen el estado del bienestar y de los que por supuesto no pueden gozar los habitantes de los estados expoliados, los cuales además sufren grandes daños en su propia economía doméstica. Un ejemplo menor pero muy clarificador podría ser la pesca del atún en las costas del Cuerno de África. Como puede apreciarse, el estado de bienestar es un producto resultante de las peores dinámicas del sistema económico capitalista, y su existencia guarda relación directa con la pobreza extrema de una parte mayoritaria de la humanidad.

El estado de bienestar es antidemocrático

De forma harto paradójica, la palabra “democracia” ha llegado a ser la más comúnmente utilizada para definir sistemas políticos que en realidad son de dominación. Nos cuesta hallar en la historia de los estados un orden de gobierno que en los hechos se haya correspondido con lo que intenta significar el vocablo. Es por ello por lo que tenemos ciertas reservas a la hora de emplearlo. A nuestro juicio solo cabe hablar de “democracia” cuando cada persona puede participar libre y directamente en la decisión de aquellas cuestiones que le afectan. En consecuencia solo será “democrática” una sociedad que garantice tal principio a pequeñas y grandes escalas y ninguna otra.

El estado de bienestar es la concreción más pura y acabada del estado-nación liberal y burgués diseñado en el siglo XIX. Su existencia es el formidable logro de una situación en la que una pequeña élite acapara todo el poder de gobernar y dispone de la mayor parte de riqueza y medios para producirla, mientras que la mayoría desposeída completamente de poder y de la parte principal de la riqueza vive conformándose con su situación, satisfecha con los servicios materiales que recibe del estado y convencida de que pertenece a una sociedad libre y democrática.

Aunque el sistema de elecciones cada cierto número de años trata de dar carta de naturaleza a una pretendida “soberanía del pueblo”, la realidad es que la alianza entre una pequeña oligarquía de políticos profesionales, la alta burocracia del estado, los poderes económicos y los medios de comunicación mantiene bien controlado el acceso a los centros de poder en todos los países donde se da el estado de bienestar. Los votantes en todos estos estados, entre los que se encuentra el nuestro, están irremisiblemente abocados a optar solo entre opciones políticas continuistas. En cualquier caso, incluso aunque se diesen fórmulas electorales más abiertas, el resultado práctico seguiría a años luz de la democracia, ya que ésta, como decimos, supone la participación decisoria de las personas en aquellas cuestiones que les afectan. Nada de eso sucede en las sociedades del estado de bienestar, en las cuales las personas, denominadas “ciudadanos”, no tienen ninguna forma de decidir tales cosas y sólo reciben el dudoso derecho de votar cada cierto número de años para elegir a los miembros de la élite burocrática que han de regir irremisiblemente su vida y destino durante la siguiente temporada.

En el supuesto, cada día más inverosímil, de que fallase alguno de estos mecanismos de control, el aparato estatal-capitalista tiene otra carta guardada en la manga: la policía, el ejército y la cárcel. Estos órganos del aparato estatal son la definitiva negación de la democracia y el anuncio de viva voz de que nadie puede evitar obedecer las decisiones de las élites gobernantes ni muchísimo menos cuestionarlas en su esencia.

Es paradigmático el papel que juega la institución militar, que, como decíamos antes, es un elemento de primer orden como garante armado del expolio comercial del Norte sobre el Sur. Pero de puertas adentro, y en compañía de su institución vicaria, la policía, desempeña una función igualmente trascendente como última y determinante barrera defensiva de los intereses de la minoría en el poder. Desgraciadamente en el estado español disponemos de abundante experiencia al respecto en los últimos 200 años. Desde los habituales pronunciamientos militares decimonónicos hasta las facultades que la misma Constitución vigente concede al ejército (pone los pelos de punta leer todo lo referido a estados de excepción, de alarma, a situaciones bélicas y más cosas) pasando por una ominosa y no tan lejana dictadura militar de casi 40 años.

El estado de bienestar es antiecológico

Estado de bienestar y sociedad de consumo vienen a ser sinónimos. El alto desarrollo industrial y tecnológico, así como los mecanismos capitalistas de expolio y concentración de la riqueza, han puesto en manos de amplias capas poblacionales de los países ricos una capacidad inédita de adquirir y consumir alimentos, productos manufacturados y servicios (por citar un ejemplo, los viajes en avión). Palabras como “crecimiento”, “desarrollo” y su eufemismo progre “desarrollo sostenible” o “de calidad” han sido y son mágicas consignas que han despertado maravillas en los oídos aburguesados de tanta gente. No pensamos que sea necesario extendernos para alertar de los efectos de tanto “desarrollo” y tanta capacidad de consumir y sus consecuencias a niveles medioambientales y de salud pública. Pocos dudan de la imposibilidad material de exportar a más lugares del planeta el modelo despilfarrador e irresponsable en lo material que caracteriza a todos los estados de bienestar (lo cual lo hace doblemente injusto), puesto que el colapso medioambiental sería casi inmediato. Pero es que ni siquiera es preciso llegar a formular dicha hipótesis. Incluso circunscribiéndonos a los lugares del mundo en los que se da ahora, la consecuencia del consumismo practicado en el estado de bienestar estaría ya causando daños irreversibles al planeta (destrucción de la atmósfera, de la biodiversidad…). Daños que, de no corregirse a corto plazo, amenazan con ser devastadores.

El estado de bienestar es antihumano

Otro sinónimo de estado de bienestar podría ser “sociedad del espectáculo”. Nosotros iríamos más allá y emplearíamos el término “sociedad del adoctrinamiento”. La apuesta decididamente material y furibundamente antiespiritual y antimoral de este modelo de sociedad, unida a los mecanismos adoctrinadores que posee la institución que está en su centro —el estado— también están generando un tipo de persona en permanente regresión.

Sistema educativo, cultura de masas, medios de información y comunicación… todo ello navega en una misma dirección —desde el poder hacia los individuos de la sociedad— generando una forma de concebir la realidad que ha sido definida como “pensamiento único”.

La apuesta del citado pensamiento único por el materialismo y el utilitarismo en todas sus expresiones, así como por una manera relativista y no ética de vivir en sociedad están logrando poco a poco la desaparición de formas relacionales populares tradicionales, de realidades de apoyo mutuo a diferentes niveles y de imbricación de unas personas con otras. Los valores cooperativos y solidarios que existieron tradicionalmente en numerosas colectividades van siendo sustituidos por actitudes egoístas e individualistas de darwinismo social, las espiritualidades se permutan por comportamientos hedonista-vacacionales, y la moral de las sociedades y la ética de las personas van siendo usurpadas en todos los casos por “lo que digan las leyes” y los tribunales del estado. A esto último le han puesto el nombre de “estado de derecho”.

Cualquier revolución, cualquier sociedad que valga la pena requerirá personas capaces de vivirla, seres humanos que realmente deseen la justicia, amen la libertad y estén dispuestos a luchar y sacrificarse para su consecución. El estado de bienestar, podemos afirmarlo, no contribuye a que exista ese tipo de personas. Más bien a todo lo contrario.

¿Por qué ahora el estado de bienestar está en crisis?

En nuestra opinión, por varias causas.

En primer lugar, las élites que controlan el poder político y económico en el primer mundo, a partir de la caída del Muro de Berlín y del derrumbe del bloque leninista, han ido paulatinamente perdiendo interés por un modelo que ya no les es tan imprescindible como antes. Una vez conjurada la “amenaza comunista” y lograda la garantía de que la población del primer mundo ha perdido cualquier tipo de deseo revolucionario, no necesitan invertir-repartir tanta riqueza en sobornar a la sociedad primermundista para apagar la llama insurreccional. Una vez los mecanismos adoctrinadores han dado su fruto y la inmensa mayoría de la población no cuestiona la ficción democrática del parlamentarismo, es posible aumentar la cuenta de beneficios —deseo permanente del gran capital por su propia naturaleza— a costa de algunas prestaciones estatales. Ese es el camino que se ha recorrido desde los años 90 hasta aquí, si bien en los últimos años se ha acelerado por causa de la crisis económica.

Una crisis que constituye un factor añadido. La burguesía —entonces clase social—, desde el siglo XIX organizada en torno a la institución del estado-nación liberal, es quien ha estado hasta hoy al mando de política y economía, tratando de mantenerse erguida a lomos de una bestia más bien poco controlable: el sistema económico capitalista. Dicho sistema, como es sabido, tiene sus ciclos largos y cortos, sus crisis financieras y sistémicas, sus recesiones e incluso una serie de contradicciones en las que podría estar escrito su derrumbe final. Hasta ahora la burguesía, luego convertida en oligarquía dominante, ha sabido cabalgar la bestia adaptándose a todos sus movimientos. Según han ido sucediendo unas y otras crisis, estas personas, desde la institución estatal, auténtica torre de control también de la economía, han ido tomando las decisiones convenientes para mutar y adaptarse a la nueva situación. Así, el sistema económico, según momentos y zonas, ha sido librecambista, proteccionista, keynesiano o ultraliberal (entre otras formas). El modelo económico ligado al estado de bienestar, el keynesianismo, ha venido siendo útil en momentos de fuerte desarrollismo. Los gurús de la economía han decidido que no es el más conveniente para capear momentos de crisis, y en consecuencia los gobiernos de los estados proceden hoy a recoger algunas de esas velas.

La crisis, que es productiva tanto como financiera, ha descuadrado el balance contable de los estados occidentales, los cuales se ven obligados a adoptar medidas de ahorro en su propia administración, así como ajustes diversos en las economías “nacionales” por una cuestión de “competitividad” ante otras economías emergentes. A ambos tipos de medidas responden los llamados “recortes sociales” que tanto rechazo generan en la población. Como la otra de las causas del “estado de bienestar” es la generación de mercados internos de consumidores, cabe interpretar que las autoridades de los estados occidentales tratarán de practicar los mínimos recortes que juzguen suficientes y cuya cuantía va a depender de la dimensión y duración de la crisis. Al menos en teoría. Como la citada crisis económica no solo afecta a los estados, sino también a las empresas privadas estamos asistiendo en numerosos países occidentales —en el estado español, por ahora, en pequeña medida— al “rescate” o adquisición por parte de los estados de empresas en crisis, bancos principalmente. Este trasvase de propiedad y de recursos económicos entre grandes empresas y estados (se privatiza, se nacionaliza, se vuelve a privatizar, se emite deuda, se “rescata” al banco que compró la deuda… moviendo fondos existentes e inexistentes de aquí para allá, pero siempre en manos de las minorías dominantes) es una patente demostración de que la institución estatal y el sistema económico capitalista son la misma realidad. Ni siquiera esos “mercados” a los que se invoca como una oscura mano que actúa contra los intereses de los estados, ergo contra los intereses de los ciudadanos, son otra cosa que una suma de entidades financieras y terceros estados “compradores” de deuda, es decir, prestamistas.

Resulta curioso que los agentes de “la izquierda”, que claman contra lo que juzgan “desmantelamiento del estado de bienestar”, apenas incluyan en sus peticiones conservadoras análisis económicos que avalen la viablidad de sus propuestas dentro del propio sistema liberal-capitalista, que es donde al parecer desean permanecer.

¿Cuál es la propuesta entonces?

Por si alguien venía entendiendo algo en esa línea, no estamos proponiendo pasar del bienestar al “malestar”. No se trata de derribar todo lo existente para volver a crear partiendo de cero. Por mucho que comprendamos al estado como una institución en manos de las élites y no del pueblo, no tendría sentido alguno renunciar “de golpe y porrazo” a todo lo que dicha institución hoy administra. Por ejemplo, mientras tomamos y no conciencia como sociedad y nos vamos autoorganizando en lo político y en lo económico, necesitamos un sistema de sanidad, entre otras cosas. Pero ello no quiere decir que no debamos a aspirar a dar los pasos necesarios para que el actual sistema sanitario esté, en un futuro, organizado y administrado democráticamente por las personas que son sus trabajadoras y usuarias, y no por dirigentes políticos y empresariales, como sucede hoy.

“La solución es la revolución” es un viejo eslogan recurrente en tiempos de crisis. Y es bien cierto. Pero una revolución que se ha de hacer paso a paso y con los pies en el suelo.

En primer lugar hay que despertar y tomar conciencia del engaño en que vivimos para no seguir defendiendo y apostando por aquello que nos destruye como sociedad y como personas, y que además es catastrófico para el medio ambiente… A continuación tendremos que comprometernos y empezar a generar alternativas auténticas a aquello que criticamos.

Frente a la dimensión contrarrevolucionaria del estado de bienestar habremos de crear grupos organizados y coordinados, movimientos sociales y espacios en los que reflexionar juntos en un primer momento para después salir al encuentro de la sociedad y de las instituciones, denunciando y enfrentándonos a los aspectos más inmorales y las consecuencias más nocivas del sistema, sin caer en el llamado reformismo burgués y, por ello, apuntando en cada acto a la superación de dicho sistema en toda su extensión.

Ante su dimensión de injusticia social y de grave atentado contra el medio ambiente, habremos de aprender a renunciar a aquellos elementos materiales de nuestra forma de vida que son superfluos, prescindibles, antiecológicos y comparativamente injustos, aprendiendo a vivir con menos y a ser más felices así. Desde ahí nos apoyaremos mutuamente e interpelaremos a la sociedad invitándola a seguir nuestro ejemplo. Ante perversos sofismas como el “desarrollo sostenible”, reivindicaremos el decrecimiento y la autogestión, abriendo caminos para experimentar fórmulas concretas de alternativa y superación del sistema económico capitalista.

Con respecto al déficit total de democracia, nos esforzaremos primero en denunciar tal situación con el fin de que sea conocida por el mayor número de personas. Evidentemente, dejaremos de participar y colaborar con cualquiera de los mecanismos que perpetúan la opresión (instrumentos coercitivos del estado) o sustentan la ficción democrática (elecciones). En su lugar desarrollaremos espacios asamblearios de participación horizontal y directa donde aprender primero a funcionar colectivamente con fórmulas realmente participativas, corresponsables y democráticas, para después extender estos espacios reclamando, disputando y arrebatando al sistema la potestad de decidir sobre las cosas que nos afectan. Asimismo, nos esforzaremos en crear alternativas tangibles y crecientes a todos los sistemas de adoctrinamiento vigentes: educativas, culturales y mediáticas.

Por último nos enfrentaremos a la destrucción que se está llevando a cabo actualmente de muchas de las características que a los seres humanos nos hacen ser tales, esforzándonos en recrear relaciones interpersonales y grupales verdaderas, de apoyo mutuo en lo económico, lo político y lo personal, tejiendo redes y alianzas de intereses e identidades comunes, generando sistemas amplios de participación en la gestión de la sociedad... Trabajaremos y tendremos en cuenta en nuestros grupos y movimientos sociales nuestras dimensiones humanas y psicoafectivas, las relaciones entre sexos, las necesidades de tipo cultural, espiritual, artístico… Reivindicaremos y tendremos muy presente la necesidad de una ética individual afirmada en valores positivos y de una moralidad social que ayude a mantener y desarrollar aquellos elementos comunes que se juzgan beneficiosos y necesarios, que además garantice la libertad de cada individuo en lo que se refiere a conciencia y opciones.

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No ens sembla bé la defensa de l’“estat del benestar”

Estat del benestar, o revolució?

Alguns partits polítics, organitzacions i sindicats de l’estat espanyol que diuen ser “d’esquerres” combinen en aquests temps veus i esforços per tal de defensar allò que anomenen “estat del benestar”. Això ho fan enmig de l’aplaudiment de gran part de la societat, la qual s’entén beneficiària de l’esmentat estat del benestar i per això partidària de la seua pervivència.

A Tortuga tenim una altra perspectiva.

Associem “estat del benestar” a d’altres termes molt menys favorables: “societat de consum”, “primer món”, “Europa rica”… Després de la comprovació històrica pertinent, concloem que en general aquesta forma política i social tal com la coneixem hui en dia no és tant la conquista de les lluites del moviment obrer com s’afirma de forma exagerada, sinó que obeïx molt més les necessitats i interessos de les institucions estatals liberals i capitalistes, interessos que s’aguditzen sobretot a partir de la Segona Guerra Mundial. Aquestes elits, en plena mundialització de l’economia i de la guerra freda contra el comunisme, van optar per generar en determinades zones del planeta una redistribució moderada de la riquesa que s’acumulava allà, part de la qual es va repartir entre amples capes socials en forma de serveis i subsidis, sempre administrats i dosificats pels aparells estatals. Aquest tipus de polítiques contaven ja amb petits antecedents des de principis del segle XIX, però va ser en aquest moment, coincidint amb l’aparició del terme “estat del benestar”, que es va apostar amb força per elles.

Amb aquestes polítiques les classes dominants a nivell mundial van obtindre, durant tota la segona meitat del segle XX i gairebé fins als nostres dies, la desactivació de les lluites obreristes revolucionàries al primer món, conjurant així l’amenaça socialista. Aquestes elits es van envoltar d’un ample i còmode matalaf amortidor de “ciutadans” conformistes amb l’ordre liberal establert, beneficiaris d’alguna capacitat adquisitiva o de consum, acostumats a dependre cada vegada més i per a més coses de la institució estatal i, al millor dels casos, partidaris només de canvis polítics i socials de caràcter superficial.

Aquesta anàlisi es complementa amb raons econòmiques, de tanta i potser fins i tot de major rellevància que les anteriors, que tenen a vore amb la teoria de l’economista John Keynes: la redistribució de serveis i subsidis entre la població dels nostres països occidentals també pretenia al seu moment la implantació de mercats interns forts que serviren de motor al desenvolupisme econòmic capitalista.

Al cas espanyol és revelador que, malgrat l’existència de nombrosos avanços en la legislació i la política als àmbits laboral i social que es venien donant des de principis del segle XIX, de la mà, justament, del desenvolupament de l’aparell estatal liberal, la implantació d’una part fonamental de l’estat del benestar tal com ha arribat als nostres dies (Seguretat Social entesa como assistència sanitària gratuïta universal, sistema estatal de pensions i cobertures d’atur properes al salari brut) li la devem principalment a la dictadura franquista, i en concret a lleis com ara la d’Atur (1961) o la de Bases de la Seguretat Social (1963), promulgades en temps d’escassa o nul·la conflictivitat obrera però de fort suport estatal al desenvolupisme industrial. En aquesta implantació van aprofundir posteriorment diferents governs de la dictadura, i es va completar vora el 1978.

Aquest és el marc que es defensa avui des d’aquestos partits, organitzacions i sindicats esmentat.

Front a la defensa d’un model econòmic totalment inclòs al capitalisme i dissenyat i promogut per les elits liberals-burgeses que venen acaparant el poder polític, des de Tortuga apostem per una revolució integral superadora del capitalisme i del sistema no lliure de govern que li és inseparable acompanyant. Desenvoluparem en aquest escrit les característiques principals del nostre concepte de “revolució”, així com del tipus de societat i relacions humanes a què aspirem. Però abans ens detindrem en una crítica més detallada sobre l’estat del benestar i en una anàlisi minuciosa del moment de crisi que actualment pareix viure aquest model.

L’estat del benestar és contrarevolucionari

En realitat, esdevé una espècie de suborn o de compra material d’allò que anomenen la “pau social”, es a dir, l’absència de conflictes. D’aquesta manera s’aconseguix que amples capes de població de les societats a les quals es dóna l’estat del benestar acaben vivint amb actituds conformistes i amb cap desig de canvi social. La por a perdre allò que es té impedix, o torna molt complicat, analitzar en profunditat les causes i conseqüències de l’ordre polític i social i evita que es tinga una actitud receptiva cap a qui el qüestiona. Neutralitza, en definitiva, la possibilitat que la societat prenga consciència de les contradiccions en què viu i s’organitze amb voluntat i determinació d’obtindre canvis substancials, és a dir, revolucionaris.

L’estat del benestar és injust

Perquè no és ni pot ser universalitzable. Es dóna, com diem més amunt, en virtut d’una redistribució de riquesa acumulada en una porció minoritària del planeta denominada “primer món”. Una important porció d’aquesta riquesa no es genera als nostres països, sinó que és espoliada de la resta del món, o siga, dels països anomenats (a causa d’això) empobrits, i dipositada ací. Tal cosa s’aconseguix mitjançant una gran varietat de fórmules: colonialisme-imperialisme econòmic, multinacionals, deute extern, regles comercials imposades pel primer món, institucions com ara l’FMI, l’OMC... Si arriba el cas, la maquinària militar primermundista es convertix també en eina per robar riquesa a aquestos països del tercer món, com podem comprovar als casos de l’Iraq, Líbia o la República Democràtica del Congo, per mencionar alguns dels més paradigmàtics en aquest sentit.

Les grans corporacions espoliadores utilitzen bona part del capital que obtenen amb aquestes operacions de colonialisme econòmic per a realitzar inversions als països del primer món on són presents, dinamitzant la seua economia i generant ocupació. La tributació directa a l’estat de les grans corporacions, i indirecta a través de l’economia subsidiària que generen, és la que permet a aquest recaptar els diners “suplementaris” amb què oferir a la ciutadania els béns y serveis que definixen l’estat del benestar y dels quals, per descomptat, no poden gaudir els habitants dels estats espoliats, que a més patixen greus danys a la seua pròpia economia domèstica. Un exemple menor però molt aclaridor podria ser la pesca de la tonyina a les costes de la Banya d’Àfrica. Com es pot apreciar, l’estat del benestar és un producte resultant de les pitjors dinàmiques del sistema econòmic capitalista, i la seua existència guarda relació directa amb la pobresa extrema d’una part majoritària de la humanitat.

L’estat del benestar és antidemocràtic

De forma ben paradoxal, la paraula “democràcia” ha arribat a ser la més comunament utilitzada per a definir sistemes polítics que en realitat són de dominació. Ens costa trobar a la història dels estats un ordre de govern que als fets s’haja correspost amb allò que intenta significar el vocable. És per això que tenim algunes reserves a l’hora d’utilitzar-lo. Segons la nostra opinió, només cap parlar de “democràcia” quan cada persona pot participar lliure i directament en la decisió d’aquelles qüestions que li afecten. En conseqüència, només serà “democràtica” una societat que garantisca tal principi a petita i gran escala, i no cap altra.

L’estat del benestar és la concreció més pura i acabada de l’estat-nació liberal i burgès dissenyat al segle XIX. La seua existència és l’èxit formidable d’una petita elit que acapara tot el poder de governar i disposa de la major part de la riquesa i dels mitjans per a produir-la, mentre que la majoria desposseïda completament de poder i de la part principal de la riquesa viu conformant-se amb la seua situació, satisfeta amb els serveis materials que rep de l’estat i convençuda que pertany a una societat lliure i democràtica.

Encara que el sistema d’eleccions cada cert nombre d’anys tracta de donar legitimitat a una pretesa “sobirania del poble”, la realitat és que l’aliança entre una petita oligarquia de polítics professionals, l’alta burocràcia de l’estat, els poders econòmics i els mitjans de comunicació mantenen ben controlat l’accés als centres de poder a tots els països on es dóna l’estat del benestar. Els votants a tots aquestos estats, entre els quals es troba el nostre, estan irremissiblement condemnats a optar només entre opcions polítiques continuistes. En qualsevol cas, fins i tot si es donaren fórmules electorals més obertes, el resultat pràctic seguiria a anys llum de la democràcia, ja que aquesta, com hem dit, suposa la participació decisòria de les persones en aquelles qüestions que els afecten. Res d’això ocorre a les societats de l’estat del benestar, on les persones, anomenades “ciutadans”, no tenen cap forma de decidir sobre aquestes coses, i només reben el dubtós dret de votar cada cert nombre d’anys per tal d’elegir els membres de l’elit burocràtica que han de regir irremissiblement la seua vida i destí durant la temporada següent.

Si es donara el cas hipotètic, cada dia més inversemblant, que fallara algun d’aquestos mecanismes de control, l’aparell estatal-capitalista té una altra carta amagada a la mànega: la policia, l’exèrcit i la presó. Aquestos òrgans de l’aparell estatal són la definitiva negació de la democràcia i l’anunci ben clar que ningú no pot evitar obeir les decisions de les elits governants ni encara molt menys qüestionar-les en la seua essència.

És paradigmàtic el paper que juga la institució militar, la qual, com déiem abans, és un element de primer ordre com a garant armat de l’espoli comercial del nord sobre el sud. Però de portes endins, i en companyia de la seua institució vicària, la policia, du a terme una funció igualment transcendent com a última i determinant barrera defensiva dels interessos de la minoria que ostenta el poder. Desgraciadament, a l’estat espanyol disposem d’abundant experiència al respecte en els últims 200 anys. Des dels habituals pronunciaments militars al segle XIX fins les facultats que la mateixa Constitució vigent concedix a l’exèrcit (fa posar els pèls de punta llegir tot allò que es referix a estats d’excepció, d’alarma, a situacions bèl·liques i més coses), passant per una ominosa i no tan llunyana dictadura militar de vora 40 anys.

L’estat del benestar és antiecològic

Estat del benestar i societat de consum són gairebé sinònims. L’alt desenvolupament industrial i tecnològic, a més dels mecanismes capitalistes d’espoli i concentració de la riquesa, han posat en mans d’amples capes poblacionals dels països rics una capacitat inèdita d’adquirir i consumir aliments, productes manufacturats i serveis (per donar un exemple, els viatges en avió). Paraules com ara “creixement”, “desenvolupament” i el seu eufemisme progre, “desenvolupament sostenible” o “de qualitat” han sigut i són màgiques consignes que han despertat meravelles a les orelles aburgesades de tanta gent. No pensem que calga que ens estenguem per a alertar dels efectes de tant “desenvolupament” i tanta capacitat de consumir i les seues conseqüències a nivells mediambientals i de salut pública. Pocs dubten de la impossibilitat material d’exportar a més llocs del planeta el model balafiador i irresponsable en l’aspecte material que caracteritza a tots els estats del benestar (la qual cosa el fa doblement injust), ja que el col·lapse mediambiental seria quasi immediat. Però és que ni tan sols és necessari arribar a formular aquesta hipòtesi. Fins i tot si ens circumscrivim als llocs del món on es dóna ara, la conseqüència del consumisme practicat al marc de l’estar del benestar estaria ja causant danys irreversibles al planeta (destrucció de l’atmosfera, de la biodiversitat…). Danys que, de no corregir-se a curt termini, amenacen amb ser devastadors.

L’estat del benestar és antihumà

Un altre sinònim d’estat del benestar podria ser “societat de l’espectacle”. Nosaltres aniríem més enllà i utilitzaríem el terme “societat de l’adoctrinament”. L’aposta decididament material i furibundament antiespiritual i antimoral d’aquest model de societat, unida als mecanismes adoctrinadors que posseïx la institució que està al seu centre —l’estat— també estan generant un tipus de persona en permanent regressió.

Sistema educatiu, cultura de masses, mitjans d’informació i comunicació... Tot allò navega en una mateixa direcció —des del poder cap als individus de la societat— generant una forma de concebre la realitat que ha sigut definida com “pensament únic”.

L’aposta d’aquest pensament únic pel materialisme i l’utilitarisme en totes les seues expressions, així com per una manera relativista i no ètica de viure en societat estan aconseguint a poc a poc la desaparició de formes relacionals populars tradicionals, de realitats de suport mutu a diferents nivells i d’imbricació d’unes persones amb altres. Els valors cooperatius i solidaris que existiren tradicionalment a nombroses col·lectivitats es van substituint per actituds egoistes i individualistes de darwinisme social, les espiritualitats es permuten per comportaments hedonistes-vacacionals, i la moral de les societats i la ètica de les persones es van usurpant en tots els casos en favor d’“allò que diguen les lleis” i dels tribunals de l’estat. A això últim li han posat el nom d’“Estat de dret”.

Qualsevol revolució, qualsevol societat que valga la pena requerirà persones capaces de viure-la, éssers humans que realment desitgen la justícia, amen la llibertat i estiguen disposats a lluitar i sacrificar-se per aconseguir-les. L’estat del benestar, podem afirmar-ho, no contribuïx a que existisquen aquest tipus de persones. Més aviat a tot el contrari.

Per què ara l’estat del benestar està en crisi?

Segons la nostra opinió, per diferents causes.

En primer lloc, les elits que controlaven el poder polític i econòmic al primer món, a partir de la caiguda del mur de Berlín i de l’enderroc del bloc leninista, han anat paulatinament perdent interés per un model que ja no els és tan imprescindible com abans. Un cop conjurada l’“amenaça comunista” i obtinguda la garantia que la població del primer món ha perdut qualsevol tipus de desig revolucionari, no necessiten invertir-repartir tanta riquesa a subornar la societat primermundista per a apagar la flama insurreccional. Un cop els mecanismes adoctrinadors han donat el seu frut i la immensa majoria de la població no qüestiona la ficció democràtica del parlamentarisme, és possible augmentar el compte de beneficis —desig permanent del gran capital per la seua pròpia natura— a costa d’algunes prestacions estatals. Aquest és el camí que s’ha recorregut des dels anys 90 fins ara, si bé als últims anys s’ha accelerat per causa de la crisi econòmica.

Una crisi que constituiria un factor afegit. La burgesia —llavors una classe social—, des del segle XIX organitzada entorn a la institució de l’estat-nació liberal, és qui ha estat fins avui comandant la política i l’economia, tractant de mantindre’s dreta a lloms d’una bèstia no gaire controlable: el sistema econòmic capitalista. Aquest sistema, com és sabut, té els seus cicles llargs i curts, les seues crisis financeres i sistèmiques, les seues recessions i fins i tot una sèrie de contradiccions en les quals podria estar escrit el seu enderroc final. Fins ara la burgesia, després convertida en oligarquia dominant, ha sabut cavalcar la bèstia adaptant-se a tots els seus moviments. Segons han anat succeint unes i altres crisis, aquestes persones, des de la institució estatal, autèntica torre de control també de l’economia, han anat prenent les decisions convenients per a mutar i adaptar-se a la nova situació. Així, el sistema econòmic, segons el moment i la zona, ha sigut lliurecamvista, proteccionista, keynesià o ultraliberal (entre d’altres coses). El model econòmic lligat a l’estat del benestar, el keynesianisme, ha sigut fins ara útil en moments de fort desarrollisme. Els gurus de l’economia han decidit que no és el més convenient per a capejar moments de crisi, i en conseqüència els governs dels estats procedixen hui a plegar algunes d’aquestes veles.

La crisi, que és productiva tant com és financera, ha desquadrat el balanç contable dels estats occidentals, els quals es veuen obligats a adoptar mesures d’estalvi a la seua pròpia administració, així com ajustos diversos a les economies “nacionals” per una qüestió de “competitivitat” davant altres economies emergents. A tots dos tipus de mesures responen els anomenats “retalls socials” que tant de rebuig generen entre la població. Com que l’altra de les causes de l’“estat del benestar” és la generació de mercats interns de consumidors, cap interpretar que les autoritats dels estats occidentals tractaran de practicar els mínims retalls que jutgen suficients i la quantia dels quals dependrà de la dimensió i duració de la crisi. Almenys en teoria. Com que l’esmentada crisi econòmica no només afecta els estats sinó també les empreses privades, assistim ara en nombrosos països occidentals —a l’estat espanyol, per ara, a petita escala— al “rescat” o adquisició per part dels estats d’empreses en crisi, bancs principalment. Aquest transvasament de propietat i de recursos econòmics entre grans empreses i estats (es privatitza, es nacionalitza, es torna a privatitzar, s’emet deute, es “rescata” el banc que va comprar el deute... movent diners existents i inexistents d’ací cap allà, però sempre en mans de les minories dominants) és una patent demostració que la institució estatal i el sistema econòmic capitalista són la mateixa realitat. Ni tan sols aquests “mercats” a què s’invoca com una malvada i misteriosa mà que actua contra els interessos dels estats, ergo contra els interessos dels ciutadans, són una altra cosa que una suma d’entitats financeres i tercers estats “compradors” de deute, és a dir, prestamistes.

Resulta curiós que els agents d’“esquerres”, que clamen contra allò que jutgen “desmantellament de l’estat del bienestar” a penes no incloguen en les seues peticions conservadores unes anàlisis econòmiques que avalen la viabilitat de les seues propostes dins del propi sistema liberal-capitalista, que és on sembla que volen romandre.

Quina és la proposta, aleshores?

Per si algú venia entenent cap cosa en aquesta línia, no proposem passar del benestar al “malestar”. No es tracta d’enderrocar tot allò que existeix per a tornar a crear a partir de zero. Encara que vegem l’estat com una institució en mans de les elits i no del poble, no tindria cap sentit renunciar “de colp i volta” a tot allò que aquesta institució administra avui. Per exemple, mentre prenem consciència com a societat i ens anem autoorganitzant en afers polítics i econòmics, necessitem un sistema de sanitat, entre d’altres coses. Però això no vol dir que no hàgem d’aspirar a donar els passos necessaris per tal que l’actual sistema sanitari estiga, en un futur, organitzat i administrat democràticament per les persones que són les seues treballadores i usuàries, i no per dirigents polítics i empresarials, com ocorre avui.

“La solució és la revolució” és un vell eslògan recurrent en temps de crisi. I és ben cert. Però una revolució que s’ha de fer pas a pas i amb els peus a terra.

En primer lloc cal despertar i prendre consciència de l’engany en què vivim per tal de no seguir defensant i apostant per allò que ens destruïx com a societat i com a persones, i que a més és catastròfic per al medi ambient. A continuació haurem de comprometre’ns i començar a generar alternatives autèntiques a allò que critiquem.

Contra la dimensió contrarevolucionària de l’estat del benestar haurem de crear grups organitzats i coordinats, moviments socials i espais on reflexionar junts en un primer moment per a sortir després a l’encontre de la societat i de les institucions, denunciant i enfrontant-nos als aspectes més immorals i les conseqüències més nocives del sistema, sense caure a l’anomenat reformisme burgès i, per això, perseguint amb cada acte la superació d’aquest sistema en tota la seua extensió.

Davant la seua dimensió d’injustícia social i de greu atemptat contra el medi ambient, haurem d’aprendre a renunciar a aquells elements materials de la nostra vida que són superflus, prescindibles, antiecològics i comparativament injustos, aprenent a viure amb menys i a ser més feliços així. A partir d’ací, ens donarem suport mútuament i interpel·larem la societat invitant-la a seguir el nostre exemple. Contra perversos sofismes como ara el “desenvolupament sostenible”, reivindicarem el decreixement i l’autogestió, obrint camins per a experimentar fórmules concretes d’alternativa i superació del sistema econòmic capitalista.

Quant al dèficit total de democràcia, ens esforçarem primer a denunciar aquesta situació per tal de que siga coneguda pel major nombre possible de persones. Evidentment, deixarem de participar i col·laborar amb qualsevol dels mecanismes que perpetuen l’opressió (instruments coercitius de l’estat) o sustenten la ficció democràtica (eleccions). Al seu lloc desenvoluparem espais assemblearis de participació horitzontal i directa on aprendre primer a funcionar col·lectivament amb fórmules realment participatives, coresponsables i democràtiques, i després estendrem aquests espais reclamant, disputant i arrabassant al sistema la potestat de decidir sobre les coses que ens afecten. De la mateixa manera, ens esforçarem a crear alternatives tangibles i creixents a tots els sistemes d’adoctrinament vigents: educatius, culturals i mediàtics.

Per últim, ens enfrontarem a la destrucció que s’està duent a terme actualment de moltes de les característiques que als éssers humans ens fan ser tals, esforçant-nos a recrear relacions interpersonals i grupals de veritat, de suport mutu en aspectes econòmics, polítics i personals, teixint xarxes i aliances d’interessos i identitats comuns, generant sistemes amples de participació a la gestió de la societat... Treballarem i tindrem en compte als nostres grups i moviments socials les nostres dimensions humanes i psicoafectives, les relacions entre sexes, les necessitats de tipus cultural, espiritual, artístic... Reivindicarem i tindrem molt present la necessitat d’una ètica individual afirmada en valors positius i d’una moralitat social que ajude a mantindre i desenvolupar aquells elements comuns que es jutgen beneficiosos i necessaris, que a més garantisca la llibertat de cada individu pel que fa a consciència i opcions.

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