La tristeza de Verónica es mayúscula, dice, porque ha comprobado como una persona a la que tenía en alta estima, ha sido descubierta comiendo bocadillos de jamón, comprando en un gran centro comercial videojuegos, y yendo al fútbol a animar a un equipo español. Además, esa persona le ha contagiado un herpes genital, que dice el tío que se lo ha pegado su mujer. Bueno Verónica, pues eso te pasa por poner a alguien en un palmito. No tengas en alta estima a nadie, y así no podrá decepcionarte. Si quieres fiarte de tu amante, bueno, pero ya sabes que no puedes fiarte de su mujer, y que hay que usar condón.
Es el recurrente problema de la traición (1), del que he hablado en variadas ocasiones. En la actualidad muchos militantes andan viendo si juntarse, si no juntarse, si frente común, si en soledad sonora… Y es una tontería: el enemigo, el amante del poder, siempre acaba haciendo lo mismo, y a la menor oportunidad, te jode vivo. ¿Por qué? Pues porque es el enemigo.
¿No debemos hacer alianzas con el enemigo? El Acratosaurio en esto es contundente: podemos hacer lo que en cada momento más nos dé la gana y convenga: podemos —si creemos que nos favorece— aliarnos con el enemigo, ya que por serlo, sabemos claramente lo que podemos esperar de él: que nos destruya. Comprender eso es una gran ventaja. Por eso cualquier tipo de alianza que se haga con el enemigo, ha de ser, a su vez, para comerlo, tragarlo, digerirlo y cagarlo.
En cambio, si haces alianzas con amigos… Malo. Los amigos son para charlar, salir de paseo, cosas de andar por la playa, o para chingar en la habitación de un hotel. Pero para llevar a cabo un buen contubernio, los amigos son peligrosos, ya que de ellos se puede esperar lealtad. Y donde hay lealtad esperable, siempre anida la traición. Para los contubernios militantes, siempre mejor los compañeros. Un militante se supone que comparte contigo ideas, finalidades y aspiraciones. La acción concertada es más fría, más objetiva con ellos. A veces. Recordemos que estamos en el siglo XXI.
Mejor, por lo tanto, a la hora de la alianza, tener enemigos claros que amigos dudosos. El enemigo no traiciona. El enemigo siempre es diáfano, puro, transparente. En cambio los amigos pueden traicionarnos, decepcionarnos, desilusionarnos. Rodearnos de enemigos, es garantizar un follón de mil demonios exitoso, ya que mientras más predecible sea un sistema de ocasiones malevas, más sencillo es planificar una respuesta hostil y eficaz al mismo. En un lugar donde estemos rodeados de enemigos, existe siempre una saludable tensión que invita a pensar, planificar y envenenar los dardos con curare.
En calidad y en número, elige bien al enemigo. Lo que es de uno es de todos, lo que es de todos es de nadie, lo que es de nadie es de uno.
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NOTAS
(1) Para meditar sobre traición y traidores, podéis ver “Contubernio Asturiano” http://www.alasbarricadas.org/noticias/?q=node/10867 [1]
“Sexo duro y sin límites en el sindicato libertario”
y algún otro articulillo.