Uno de los agentes que tengo destacados en diversos países latinoamericanos, con vistas a evitar terremotos e invasiones de marines, me envía esta carta.
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Camarada Acratosaurio, amor mío, no sé por dónde empezar.
Esta mañana me ha parado un tipo. Vestía con máxima elegancia, traje, corbata, pelo engominado... Me ha enseñado una placa y una acreditación de policía secreta nacional. Me ha sometido a un largo y minucioso interrogatorio. Al poco, se ha acercado otro hombre bien vestido, que me ha mostrado asimismo su acreditación de policía nacional. Yo me he serenado, intentando responder bien a las preguntas. Fecha de entrada en el país, motivo del viaje, dirección del hospedaje, profesión, etc. Me ha preguntado también cuánto dinero había introducido en el país. Le dije la verdad, como tuve que hacer en el aeropuerto. 1500 euros, de los cuales había gastado 600 en pagar el alojamiento por dos meses, y 50 para manutención. Me pidió el pasaporte y me llevó tras él a una comisaría. Quedé en la puerta. Regresó con el pasaporte y más preguntas. No le encajaban mis manos, tan negras y agrietadas. Me preguntó si fumaba. Le explico que soy leñador de alta montaña. Me dice que se ha iniciado un programa para controlar las divisas de los turistas, a fin de que no se canalicen hacia la adquisición de narcóticos o subvenciones a la insurgencia. Que debo recoger los 850 euros y acompañarlo a unas dependencias policiales donde serán revisados y sellados. Voy al hostal, a por el dinero. Y le acompaño a un edificio azul con un montón de policías enfrente. Sale un hombre en mangas de camisa de color verde policial y habla con la persona que me lleva. Le dice que no traiga más extranjeros, que están colapsados y tienen problemas con dos peruanos sorprendidos con droga. Se presenta como comandante de policía y me enseña la placa.
Entrego a mi captor el dinero, lo cuenta ante mí. Me dice que espere a las puertas del edificio azul, por donde salen policías uniformados. Y no regresa...
A la media hora, sale un policía joven. Le cuento lo sucedido. Me dice que se tratará de una complicación, de un retraso. Me confirma que el edificio azul está lleno de policías, particularmente en la novena planta. Me sugiere que espere un poco y, si no baja su compañero, que entre en el edificio y hable con el portero, que podrá darme señas de él.
Espero otros 15 minutos y entro. El portero me dice que en el edificio no ha entrado nadie, que he sido víctima de una estafa. Y llama a la policía.
Declaro ante un policía, ante dos policías, ante otro policía... Me suben en el coche y empiezan a dar vueltas por la zona en la que fui abordado. Me aseguran que se trataba de delincuentes que suplantaban a la autoridad, falsos policías, malvados sin escrúpulos. Cada vez que hablo del edificio azul, cambian de tema o no le dan importancia. Pero el edificio no se registra.
Al cabo de casi dos horas, se dan por vencidos y me llevan a una comisaría, porque insisto en que quiero poner la denuncia.
Me recibe allí una mujer joven, negra, delgada, que manda sobre todos. Va de paisano. Le cuento lo sucedido e insisto en lo del edificio azul, en que estos supuestos policías o supuestos delincuentes estaban, en muchos momentos, rodeados de policías uniformados, que se cuzaban con ellos con toda tranquilidad y que les saludaban. Le llama la atención la referencia al edificio azul y manda a un subalterno a esa zona, conmigo, para que investigue. El subalterno es también una autoridad, y habla mal a otros policías que nos acompañan. Pero no se dirige al edificio azul... Vuelve a recorrer la zona del abordaje, acude al Hostal Fátima y recrimina a la dueña por no dar difusión a una circular que recibieron todas las pensiones, alertando de una banda de delincuentes disfrazados de policía. Todo, por cierto, un poco teatral...
Me devuelven a la comisaría, para formalizar la denuncia. La jefa me pregunta por la inspección del edificio azul. Le digo que no se ha hecho, que yo he insistido pero sus subalternos no han querido acercarse. Se enfada y llama al jefecillo, recriminándole. Le dice que era importante acudir al edificio azul, pues yo sostengo que allí entró el ladrón y que el inmueble estaba lleno de policías. El jefecillo miente, y le cuenta que yo no le he hablado de eso, pero que enseguida irá, conmigo. Y se pierde para toda la eternidad...
Espero mi turno para presentar la denuncia. Sale, nerviosa, la jefa. Le digo que no se va acudir al edificio azul, aunque a sus puertas entregué el dinero, confiado por la presencia policial. No me dice nada, pero me da su número de teléfono, por si me entero de algo. Y se va.
Me abordaron, los impostores, en la carrera 17. Me asistió la sección 17 de la policía, que tiene su sede en la séptima avenida.
Formalizo la denuncia, con todo detalle, insistiendo en el famoso edificio azú, del cual hago un dibujo en color azull. Y ya está.
Te añoro y te amo ¿Cuándo vendrás? No puedo estar sin ti, manda más dinero
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Bien camarada, la lección estriba en que NUNCA se debe dar dinero a un agente, real o fingido, a no ser que te lo pida para no matarte. Si lo que parece un policía te pide que le enseñes el dinero, tienes que negarte y pedirle que te detenga y te lleve a una comisaría, si quiere. Ante un policía no uniformado no estamos obligados a nada, pues la institución del orden afirma que no hay policía secreta en el país que estás asediando. Ni hacerle caso a cualquier enchaquetado que muestre credenciales policales. También es muy importante que evites los edificios azules, y procures andar por lugares donde sean rojos o de otros colores.
Por comisarias negras que registren edificios azules, lo que es de uno es de todos, lo que es de todos es de nadie, lo que es de nadie es de uno.