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Prácticas de educación social en los penales del Estado

Enviado por Acratosaurio rex en Mar, 22/12/2009 - 19:31

Por su interés, os transcribo parte de una carta que he recibido de una trabajadora.

"Durante el transcurso de las prácticas de 3r curso, que realicé en el Centro Penitenciario de Brians, tenía, dentro de la prisión, dos tutoras (además de la de la UNED). Éstas debían impartir, dentro de un marco institucionalizado, unos cursos programados. Cuando ya llevaba 3 meses con ellas me propusieron la impartición de uno que se titulaba “El Ocio”. Me pareció tan insultante el hecho de hablar sobre el ocio a los internos de la prisión que me negué a hacerlo. Hablé con mi tutora de la UNED y se paralizaron mis prácticas. Me quejé a la Consellería de Interior porque la inutilidad de ese programa de cursos que, además, era obligatorio para los internos si querían pasar por la Junta de Tratamiento con el fin de modificar su grado, era de juzgado de guardia. Después de la queja me volvieron a readmitir, esta vez dejándome impartir libremente la práctica que yo quisiera. Hablé con los internos y ellos mismos me propusieron un reciclaje de autoescuela, con sus prácticas, claro. Se apuntaron más de 30, cuando lo normal era la asistencia de 7 u 8 internos en los cursos institucionalizados. Además de la asistencia continuada de los internos, estudiaban mucho, pues se querían examinar al salir (estaban en segundo y tercer grado). Lo más interesante, además de no tener yo idea de mecánica y conseguir que ellos explicasen esos temas pues tenían más conocimientos que yo (todos habían robado y despiezado coches), fue la confianza que depositaron en mi y la cantidad de situaciones que me explicaron, en relación a su vida “intramuros”, y que me dejaban aterrorizada: los malos tratos y las vejaciones eran algo normal, los suicidios (encubiertos o no) con exceso de drogas, casos que nunca salieron a la luz. Tristemente también me topé de bruces con la peor de las realidades: la de la función de un educador social en una prisión (o en esa, que no quisiera generalizar). Dentro del sistema en el que nos movíamos me di cuenta de que el objetivo de reinserción en la sociedad de una prisión era tarea imposible. Lo único que se podía hacer era “acompañar” al interno, hacerle sentir persona y esto lo intentaba cambiando los hábitos a los que ellos estaban acostumbrados: me acercaba a cada uno de ellos, les hablaba y les llamaba por su nombre de pila (no por el apellido, como todos los funcionarios hacían), permitía un contacto físico _prohibido por el cuerpo de funcionarios (tocándoles la mano o el brazo, o una palmadita en la espalda cuando ellos lo permitían y en conversaciones privadas), y, sobretodo, no juzgaba jamás el motivo por el cual estaban allí (la prisión ya les había juzgado y castigado suficientemente). Percibí que aquella cuestión de actitud podía hacerles sentir un poco mejor, dentro de las posibilidades que permite el hecho de estar en situación de privación de libertad. Y que, como ya he mencionado, la reinserción en el castigo es tarea imposible pues lo que únicamente se consigue, con la realidad actual, es una mayor rebeldía ante cualquier propuesta institucionalizada. Me sentí mucho más cercana a los internos que a los trabajadores y me rebelé en contra de la dejadez y el apoltronamiento de los funcionarios (tanto los de vigilancia como los de la junta de tratamiento: psicólogos, psiquiatras, criminalistas, educadores y trabajadores sociales), pero también lloré, cada noche, a las 22h, cuando salía de la prisión y me dirigía al parking donde tenía estacionado mi coche. Lloré porque sabía que aquella situación no iba a cambiar, porque yo me iba a mi casa y aquellos personajes se quedarían dentro, día tras día, año tras año, sin mejora, sin propósito y sin horizontes de futuro..."

Hasta aquí llega la reflexión de este día. Lo que es de uno es de todos, lo que es de todos es de nadie, lo que es de nadie es de uno.


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