Hoy me han visitado en la Comunidad Terapéutica (por motivos humanitarios) dos compañeros médicos a los que salvé la vida en la guerra, que desarrollan su trabajo en la Unidad de Trastornos de la Etnicidad (UTE) del Hospital de la Fe de Valencia. He decidido entrevistarlos para vuestro conocimiento por su interesantísimo y abnegado trabajo. Y por eso este artículo es algo más extenso de lo habitual.
— Compañeros, ¿por qué no da el Sistema Nacional de Salud ninguna publicidad a vuestra especialidad?
— Porque preferimos ir despacio. La UTE lleva ya trabajando cinco años en este campo, que es muy novedoso, y es ahora cuando empezamos a recoger los frutos de la investigación, que comenzamos con niños que a los diez u once años fueron detectados por las continuas visitas al sicólogo en el entorno de un tipo de trastorno que no cuadraba con los habituales de transexualidad y otros trastornos de género. En la actualidad esos niños son ya jóvenes de casi dieciocho años y podemos darlos por curados.
— ¿Podéis explicarnos qué es un Trastorno Indentitario Étnico? (por abreviar, lo llamaremos TIE)
— Para ponerlo en palabras sencillas, es un tipo de trastorno de la identidad en el que el niño percibe que su identidad étnica cerebral, la etnicidad que él siente como propia, no coincide con la del cuerpo biológico que tiene asignado. Ello le lleva a tener continuos choques entre lo que le dicta su etnicidad verdadera, y lo que le impone su cuerpo biológico.
— ¿Podéis poner algún ejemplo de este trastorno?
— Tenemos a Carlitos, que desde muy pequeño había mostrado comportamientos que tenían a sus padres preocupadísimos. Carlitos era un niño alto, rubio, de facciones cuadradas y frente alta que nace en un hogar cristiano, de padre ingeniero y madre maestra. Ellos lo llevan a los Salesianos y a actividades extraescolares por las tardes en las que da inglés. Pero el niño se escapa una y otra vez y muestra un extraño deseo por las camisas de lunares, los pañuelos en la cabeza y por entrenar a una cabra a que suba a un bote mientras toca el tambor. Por más sicólogos que visitan y más medicaciones que toma, todo es en vano, hasta que recalan en nuestra unidad y se le diagnostica el TIE.
— ¿Y en qué consiste exactamente este trastorno?
— Carlitos era un gitano atrapado en un cuerpo payo. Su identidad étnica era claramente gitana, por su aptitud para la música, la doma de animales, su deseo de ir de pueblo en pueblo… Pero su cuerpo era el cuerpo de un payo, destinado a ser funcionario del Estado. Un choque semejante puede conducir al suicidio, pero afortunadamente tomamos nuestras medidas y actualmente le podemos dar por curado.
— ¿Cuál ha sido el tratamiento en el caso de Carlitos?
— Fundamentalmente quirúrgico. Se le acortaron las piernas. Mediante una craneostomía bajamos su frente, ampliamos sus pómulos y le hicimos un trasplante de pelo en las patillas. Un tratamiento hormonal volvió su pelo negro y le acastañó la piel. Actualmente en su DNI Carlitos no se llama así, sino Ramón Heredia, artista errante.
— Parece increíble.
— Más increíble es el caso de Manolito, que nacido en una familia gitana se distinguía por su amor al orden, a la disciplina y traía a sus padres por la calle de la amargura… En este caso el TIE era el de una identidad étnica paya atrapada en un cuerpo gitano. Se le protocolarizó un tratamiento quirúrgico intensivo y en la actualidad Manolito es un joven que se llama Pelayo Nuño de Santamaría Millans del Bosch y que se prepara las oposiciones para entrar en la Guardia Civil.
— Es asombroso. ¿Tiene algún fundamento científico la idea de que cambios en el físico adecuan la identidad étnica con el cuerpo?
— Tenemos una amplia experiencia en este campo. No tienes más que pensar en que las líneas de la mano, la acupuntura y la digitopuntura, la bioenergética y otras técnicas, demuestran que la manipulación del cuerpo cambia el carácter. Nosotros lo que hacemos no es cambiar el carácter, sino a través de la etnicidad dotar del cuerpo étnico adecuado al sujeto atrapado en un cuerpo étnico que no siente como propio.
— ¿Y en el caso de Pelayo cuál fue el rasgo distintivo físico que se le ha proporcionado, de cara a su etnicidad...?
— Hicimos muchos cambios de piel, pelo, estatura, dentadura.... Pero Rocío (mi compañera -con aspecto de india kuakiutl-) insistió en que lo más importante era el bigote. Le hicimos crecer el bigote, lo cual tiene mucho mérito teniendo en cuenta que se lo proporcionamos a los once años. Tendríais que ver cómo lloraba el niño de felicidad cuando lo vio.
— ¿Todos los casos son tan complicados?
— Y peores. Ahora estamos tratando a María. Es una negra fulani de metro ochenta, pastora de vacas ankole, atrapada en el cuerpo pálido de una niñita rubia de metro y medio.
— Vosotros sois compañeros anarquistas que habéis puesto en funcionamiento esta unidad, ¿y me decís que os adscribís a la tendencia de anarquismo étnico?
— Pues sí. Hace tres años abrimos una página para hablar del etno anarquismo. Pero decidimos centrar nuestros esfuerzos en este campo para difundir nuestras ideas y hacer avanzar a las ideas, que se han quedado atascadas en el debate insurreccionalista, autónomo, independentista y anarcosindicalista, que consideramos superado. El futuro del anarquismo será étnico, o no será.
— Muchas gracias compañeros por esta primicia para alasbarricadas.
— Muchas gracias a vosotros por vuestra lucha en pro del anarquismo y de la libertad de expresión, y contra la SGAE.
Por un cuerpo adaptado a las necesidades étnicas: lo que es de uno es de todos, lo que es de todos es de nadie, lo que es de nadie es de uno.