Nulos escrúpulos morales de los estalinistas. El remordimiento como obstáculo contra-revolucionario.

Así que tenemos caracterizada la caricatura en trazos gruesos del estalinista (1), al que vemos como a un fanático con pinta de ulceroso. Este personaje, que piensa que para llegar al final ha de hacer lo que haga falta, carece de escrúpulos morales, no tiene remordimientos, es feliz como una hiena ante la carroña, y os voy a poner dos ejemplos para entenderlo.

Es sabido que hace 20 años se hundió la URSS, un país que contaba con bombas de Hidrógeno. Se les vino abajo sin que nadie pegase ni un solo tiro. ¿Piensan los estalinistas que hicieron algo mal? Pues no. Que hubiera escasez, desabastecimiento, ineficacia, corrupción, dictadura, siquiátricos para disidentes, presos políticos, muros para que la gente no huyera de aquel inmenso presidio… Eso carece de importancia. Para ellos el hundimiento se debió a la traición de los dirigentes, y el error fue no depurar, deportar, encarcelar, purgar o ejecutar a suficiente número de traidores. Así que es normal que los estalinistas declaren con total desparpajo: “no tenemos nada de lo que arrepentirnos, la culpa de todo es vuestra”.

Otro rasgo que nos muestra su carencia de escrúpulos, su inmoralidad sin límites, es que casi ninguno de ellos se ha leído El Capital. Y los poquitos que se lo han leído completo son incapaces de entenderlo. El Capital es como la Biblia de esa gente. Es un libro que tiene varios tomos, pero que los libreros insisten siempre en venderles completo, porque como solo se lleven el Tomo I, los otros luego no hay quien los coloque. Es un libro que los estalinistas novicios toman con seriedad en las manos (esperando escuchar el coro de los ángeles), y que se les encasquilla a las pocas letras, produciéndoles enormes bostezos, crujidos y desencajes en las mandíbulas que hay que llevarlos al quiropráctico. Bueno, pues aunque no sean capaces de leerlo ni de entenderlo, aunque a lo largo de la vida ese tocho rechace los ataques intelectuales de esos marmolillos (hacen grupos de estudio, y ni por esas), los tíos lo alaban y lo proclaman como el compendio de la Ciencia Social. En cambio los anarquistas que sí hemos leído el Capital, y que lo hemos comprendido, vemos en él una obra notable, pero insuficiente e interpretable, como pasa con todo.

¿Qué quiere decir esto? Primero: que El Capital no es la receta de las empanadillas de la abuela; segundo, que no te puedes fiar de los estalinistas, porque a la primera distracción, ¡zas!, puñalada.

¡Clases particulares para los estalinistas del tomo IV del Capital! Lo que es de uno es de todos, lo que es de todos es de nadie, lo que es de nadie es de uno.
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NOTA