Si no aportas soluciones, formas parte del problema


Aquí, un problema

Se organizan nuevas elecciones, en este caso municipales, y pienso que no hace falta ni hablar del tema de la abstención al comprobar nuevamente el bochinche que tienen liado con las listas y los candidatos. Hay que ver la desafección que hay en estos líos entre las candidaturas de izquierda. Una de ellas me ha llamado la atención, ya que veo a hermanos, primos y sobrinos de una familia, que ni en broma se presentarían a unas elecciones, metidos en una renombrada candidatura de izquierdas. Y tras preguntar al patriarca, que no tenía ni idea, llegamos indagando un poquito a la conclusión de que el cabeza de lista había ido pidiendo firmas para llenar la candidatura, y la gente había firmado –como no podía ser de otro modo–, sin tener ni idea de que lo que firmaba era ser candidato/a en puestos de relleno de una candidatura electoral que va a cambiarlo todo.

La vida, es muy dura. Y el candidato del cambio a alcalde la tiene más dura todavía. Sépase por tanto que las candidaturas deben de llevar un número concreto de aspirantes para ser aceptadas. Si presentas uno menos, adiós muy buenas. Y de ahí que se vaya a la caza del candidato a cualquier precio.

Pero, en fin, dejemos estos devaneos para el día de después de las elecciones, y os comento que en Turquía han tenido elecciones presidenciales. Nueve amigas turcas que viven en mi barrio, han estado comentando conmigo el pánico que les da que salga de nuevo Erdogán. Y han ido en masa a votar a Madrid al candidato de la oposición con más votos, el kemalista Kilicdaroglu, que siempre pierde y que ha quedado 5 puntos por debajo de Erdogán. Erdogán. Un tipo que ha vendido Turquía a los árabes, a los chinos, a las multinacionales europeas y americanas. Y cuya ideología es similar a la de un fundamentalista cristiano, solo que musulmán.

Me comentaban mis amigas (turcas) que están horrorizadas, porque en las zonas devastadas por el terremoto ¡han votado por Erdogán!, y que para ellas «es muy duro pensar que sus hijos no van a tener un país del que sentir orgullo». Habrá una segunda vuelta e irán, pese a quien pese, nuevamente a Madrid a votar a Kilicdaroglu.

No les he dicho ni pío. ¿Qué les puedo decir a unas mujeres que lloraban (de verdad) cuando reunidas en un piso, veían por internet cómo avanzaba el recuento, dando la victoria a un tipo que les pone una bota en el cuello? He cabeceado afirmativamente a todo cuanto han dicho, y les he dado la razón. Si van a Madrid a votar, les echaré una mano. Y dejaré mis convicciones a un lado, por un ratito.

Porque para criticar, hay que intentar facilitar. Hay que ofrecer soluciones. Hay que organizarse –sobre todo– para mandar como sea, un contenedor lleno de sacos de dormir a Turquía, cosa de la gente de mi barrio, por iniciativa de unos cuantos, y así fue enviado sin más pretensiones. Me gustaría que en alguna ocasión, los y las anarquistas del hoy mismo, fuésemos capaces de una hazaña colectiva similar. Porque si no damos una solución práctica, amistosa, solidaria, formamos parte del problema.

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