Quejicas sempiternos, ¿alguien escucha?
Imagina alguien entrando en la cárcel. O en un psiquiátrico. La situación de inferioridad, el haberlo perdido todo, es peor que el castigo (1). La vida personal, la pequeña libertad, el margen de movilidad, ha quedado suspendido. El reglamento toma el relevo. El paso del tiempo es una tortura. Los internos buscan entonces, compensaciones que les hagan sentir que la condena se hace menos insoportable.
Uno de los mecanismos que emplea el custodiado para consolarse, es elaborar un discurso triste, un alegato, en el que se presenta como víctima de las circunstancias, de la sociedad, de la mala suerte, en general, víctima de los demás que no están allí dentro, víctima de quienes les han condenado siendo ellos mismos culpables.
Una vez elaborado el relato, el interno cogerá a cualquier compañero dispuesto a escuchar, y le contará con pelos y señales el asunto miles de veces. Cuando se está en la cárcel, no te suelen preguntar "por qué estás aquí". Es potestad del interno el dar explicaciones. Las normas de etiqueta carcelaria permiten preguntar, por el módulo del que vienes, por la condena, por el tiempo pagado… O si te hacen la pregunta del "motivo", es retórica, ya que aceptarán cualquier respuesta que des: Desde el "prefiero no hablar de ello", al "siéntate y ponte cómodo que te lo voy a contar". Bueno, en la cárcel, esto es tolerable. Normalmente se escuchan esos cuentos con benevolencia, sin cuestionar su falsedad.
Pero, ¿y fuera de los muros? Hay gente que no necesita estar en la cárcel, o con las amarras de contención, para estar todo el puñetero día quejándose por algo: por la falta de compromiso, por cómo caen en el reformismo más atroz, por lo inculto que es el pueblo que recoge pokémons, porque un atún rojo es capturado por los japoneses… O te encuentras leyendo el facebook del Ni, y de golpe, ¡un comentario con palabras apocalípticas!: "¡Ahhhhhh terribles tiempos estos en que cualquier vil rufián dice Ni a una pobre anciana. Ha caído la maldición sobre la tierra, nada es sagrado… Ohhhhhh hasta los que venden almácigas están sometidos bajo presiones económicas en esta época de la historia!".
Es verdad que el pensamiento positivo es cansino. Pero el negativo también aburre tela. Y se contagia.
Conocedores de que estas formas de desahogo desmoralizan a la tropa, en el ejército se suele fusilar a los derrotistas. Una muerte a tiempo –aseguran los sargentos– impone el entusiasmo desbordante entre desgraciados que lo mismo limpian letrinas.
Yo no soy tan duro, lo entiendo, tienes que desahogarte, eres un cenizo, vale. Pero cuando alguien me empieza a contar sus penas, sin percibir los enormes bostezos a su redor, siempre pienso… "Joder, mis desgracias son mucho peores… Mejor me las callo, no sea le dé un chungo a este muermo".
Demos a los demás, imágenes emocionantes, valor, creamos en la victoria, aunque sea con descreimiento. En el módulo de aislamiento y contención, la queja es innecesaria.
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NOTA
(1) Peor que el castigo… a no ser que el interno provenga de un ambiente mucho más desgraciado y opresivo que el psiquiátrico o la cárcel misma, y que por las condiciones de clase social, género o etnia, no encuentre muchas diferencias entre la prisión con muros, y el exterior sin paredes visibles.
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