Intercambio de cuerpos en situación comprometida

Por suerte o por desgracia, en alguna ocasión habrán alcanzado a contemplar una película americana de esas en la que los protagonistas intercambian sus cuerpos, y por arte de birbiriloque la madre se mete en el cuerpo de la hija, el perro en el del amo, el hombre en el de la mujer, etc., ocasionando divertidas situaciones de anomia. La pregunta que me hago es la siguiente: ¿Qué hubiese ocurrido si por una conjunción mística, el siete de febrero, día en que los inmigrantes intentaron entrar en Ceuta a nado, hubiesen intercambiado sus cuerpos con los guardias civiles que los tiroteaban desde tierra?

 

Imaginen el pasmo de los guripas, encerrados de repente en el cuerpo de unos señores de color, que ligeros de ropa chapoteaban en las gélidas aguas del mar Mediterráneo, en pleno invierno, a las tantas de la madrugada. ¿Qué temperatura tendría el mar en este tiempo de ciclogénesis explosiva? ¿Tres, cuatro grados, seis? ¿Qué es lo que bulle en la cabeza de un hombre, dispuesto a zambullirse en semejante disparate acuático? Bueno, habría que escuchar las súplicas y lamentos, tanto por encontrarse en tan apurada situación, como por percibir que no podrían cobrar el plus de peligrosidad y la nómina en curso. Muy triste.

 

Y en la parte española, pienso en la sorpresa de los señores inmigrantes, atrapados en molestos uniformes de civiles, soportando toda la inhumanidad de sus ausentes dueños. Muy desasosegante, sin duda. Pero hubiera sido todo mucho más civilizado, porque conscientes de lo que estaba ocurriendo, y no sujetos sus cerebros a brutal disciplina militar, apuesto a que esos hombres venidos de…, hubiesen tirado las escopetas, abierto la frontera y socorrido a los náufragos helados yendo más allá de lo que el deber exige. Y eso sí que hubiese sido una brillante actuación policial, evitando quince ejecuciones.

 

En cambio, en este mundo en el que la magia no existe, da grima contemplar cómo la policía dispara a personas indefensas al borde de la muerte, para crear -dice el ministro- una especie de frontera disuasoria. Tenemos que leer -asombrados- cómo afirma el ministro que los inmigrantes se murieron de manera  natural, ya que lo normal es ahogarse si se baña uno en invierno y tiene además que esquivar balas de goma. Caray, podrían igual haber electrificado la costa, o soltado tiburones hambrientos…, o como en las películas de Tarzán, colocado calaveras pinchadas en palos a lo largo de la alambrada. Por disuadir, que no quede.

 

Ciertamente un país que cierra sus fronteras a personas capaces de recorrer miles de kilómetros contra viento y marea, merece cualquier cosa que le pueda ocurrir. Si el ministro intercambiase su cuerpo conmigo, le daría la nacionalidad ipso facto a cualquier inmigrante con el coraje que han mostrado esos afanosos viajeros. Pero dado que da mucha vergüenza ser español… No sería -me temo- buen recibimiento. Ahora bien, que avise el ministro si hace el intercambio, para que busque yo una ubicuación, ubicación o como se diga, idónea y comprometida para político ese. Lo que es de uno es de todos, lo que es de todos es de nadie, lo que es de nadie es de uno.

Aviso Legal  |  Política de Privacidad  |  Contacto  |  Licencias de Programas  |  Ayuda  |  Soporte Económico  |  Nodo50.org