El ataque ad hominem

Es uno de los recursos de la ilógica. Quien lo emplea es una persona que en vez de discutir el argumento, ataca al cabrón que lo emite. Esto conduce a que no se hable del problema, sino de los muertos de cada cual, de si eran borrachos, puteros o cosas inmundas como catedráticos. Y como las falacias son malas (dicen), la gente lógica afirma que deben ser evitadas.

 Yo digo que si te cae a mano, sí se puede emplear el terrible ad hominem (1). Porque si el pensamiento es lo que mueve a obrar (2), lo que uno es, es lo que uno piensa y hace. Cuando hay discordancia entre lo que se piensa y lo que se hace, (y siempre la hay), o está mal el pensamiento (es lo más habitual), o algo no funciona bien en la persona (es lo más frecuente). O ambas cosas (sucede continuamente).
 
¿Por qué la gente lógica rechaza el ad hominem? Como sabéis, mediante la palabra, filosófica y lógicamente puede justificarse y explicarse cualquier cosa. Y ese discurso funciona en el ámbito de quienes lo reconocen como válido. Pues imaginad a alguien muy listo, que gracias a sus muchos estudios, a su mucho tiempo libre y a sus muchos becarios, elabora un discurso sólido, educado, lleno de conceptos oscuros que se apoyan unos a otros. Y ahora llega un machanga como tú y le rebate diciendo: “eso que dices de la honestidad está muy bien, pero… ¿Sabes que anoche te vi chingando con la mujer de tu cuñado, el sargento Aceituno?”
 
Pues no le gusta. A quien es listo, rico, poderoso, o algo parecido, como sicólogo del módulo de aislamiento, no le hace gracia que mientras él predica la pobreza, un palurdo le señale que él es millonario.
 
Eso del pobre rico pasa. Ejemplo: la fórmula de los estoicos, es tener, y vivir como si no se tuviese nada (3). Por eso Marco Aurelio, emperador romano, era estoico y rico. Comía pan seco, pero tenía miles de esclavos el mamonazo.
 
En cambio Diógenes, un buen cínico que apostó por la pobreza, no lo hizo porque le disgustase la juerga, la risa o la buena vida. Lo hizo por no ser otro rico de tantos, de esos defienden la miseria de los demás. Y, por eso, por ser una figura creíble, pudo y puede aún atacar a los poderosos no solo por lo que dicen, sino por lo que son y hacen. Aceptaba, eso sí, que le invitaran a cenar. Si bien podía escupir en la cara del anfitrión un lapo enorme y espeso. Riesgos calculados. Los del anfitrión, me refiero.
 
Tenlo en cuenta: si entras en el juego de la gente lista, rica y poderosa, dejando a un lado que lo son, acabarás teniendo que estudiar sus conceptos, asimilarlos, comprenderlos y usarlos con desventaja en terreno enemigo. Y, una vez en el juego, te convertirás en uno de ellos, en un gilipollas.
 
Por supuesto: puedes estudiar, aprender sus códigos, reírte de ellos y construir tu discurso cultísimo, y entrar en campo ajeno, por joder o por otros propios motivos. Pero si no dispones de tiempo, de conocimientos, de recursos, de inteligencia, de entrenamiento…, puedes optar por el ad hominem, con guasa, con risa, con sátira, con broma, con la verdad por delante (4)…, porque uno no es lo que piensa, ni lo que dice, ni lo que sueña. Uno es lo que hace.
 
Se me ha quemado el café escribiendo, al diablo el desayuno… L­o que es de uno es de todos, lo que es de todos es de nadie, lo que es de nadie es de uno.
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NOTAS
(1) Contra la persona. Dado que las ideas son abstracciones, lo más cómodo a veces es darle duro a la persona en la cabeza. Eso dicen los indios zapotecas. A veces el ad hominem se denomina argumento, otras veces falacia... Cualquiera sabe.
 
(2) En los seres humanos, sin pensamiento no hay acción. Compruébese al contemplar a un muerto. Se verá que no piensa, y por ello no hace nada más que ponerse putrefacto. Claro, que eso lo hacen también algunos vivos como el Ministro de Fomento cuando abre la boca para hablar del Estado de Alarma hasta el 15 de enero de 2010.
 
(3) No recuerdo exactamente cómo lo dijo…, me parece que Séneca (un rico estoico), pero por ahí va el tiro.
 
(4) Sloterdijk lo explica de este modo, no tan bien como yo, por supuesto: “Desde que la Filosofía, solo de forma hipócrita, es capaz de vivir lo que dice, le corresponde a la insolencia decir lo que se vive. En una cultura en la que los idealismos endurecidos convierten las mentiras en formas de vida, el proceso de verdad depende de si hay personas que sean lo suficientemente agresivas y libres (desvergonzadas) para decir la verdad. Sloterdijk, Peter. Crítica de la razón cínica, Ediciones Siruela, Madrid 2006, pág. 177.
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