Sobre aquellos que en la vejez se dedican a explorar la vida interior
Visito en su domicilio a Manolo, canoso, prejubilado de correos. Lo conozco desde hace más de treinta años. Y habrá estado de baja veinte. Me dice que se ha jubilado porque no ha sido nunca adicto al trabajo, y que prefiere recluirse en su casa, y dedicarse a la meditación, a explorar la vida interior y a la literatura. Se ha buscado un entrenador oriental y ahora hace el yogui retorciéndose como en el circo. Se apunta a talleres de ángeles, de hadas, de cosas raras. Su equilibrio espiritual actual contrasta con el de aquel joven desaforado que se bebió en las últimas décadas todo el whisky de la Gran Bretaña y de Segovia, y se fumó todos los porros del Norte de África. Ahora tiene una mirada de paz, o de imbécil, según se mire.
Manolo, que siempre fuiste más vago que la chaqueta de un guardia, no cabe ninguna duda, así que con la prejubilación no haces más que seguir la tradición. Le he preguntado a tu mujer, y me ha dicho que has mejorado mucho porque ya no te coges tajadas como las de antes de la úlcera de estómago, pero que pierdes los nervios con tus hijos cuando te piden para tabaco, y que sigues sin bajar la tapa del bate. Por el lado de lo malo refiere la señora que ahora no puede cocinar filetes, y que la soja está a la orden del día. En el lado del amor, dice que quieres sublimar la energía sexual y ella se pone muy nerviosa... Lo normal en los ataques de misticismo, cuando cocina la mujer.
Ahora bien, esa exploración que llevas a cabo de vida interior con cara de lelo, a base de comprar libros caros, túnicas de algodón y de hacer cursillos con el gurú de a 120 euros, realmente me sorprende en ti, que eres más agarrado que una lapa y no te retratas para no gastarte. Me engañaste, porque la meditación la practican quienes tienen tiempo libre, dinero de sobra y mucha mala leche acumulada. Es curioso que los meditantes que conozco sean personas estragadas por diversos trastornos sicológicos, que revientan ante la contrariedad con diversas manifestaciones de enfado y desolación. Y los que dan los cursillos, no dejan pasar una pela que pase volando ante ellos.
No hay otra vida. No hay nada. Si realmente quieres conocerte, renuncia a tu pensión, deja en paz a tu familia, márchate de casa y plántate inerme ante el planeta y sus bichos. Verás que no necesitas ni gurú, ni libros ni cursillos de formación ocupacional para místicos de opereta. Entonces necesitarás, un buen repelente de insectos. La vida interior, Manolo, se reduce a las vísceras, las tripas, los intestinos y las heces. Si miras a tu interior, te encontrarás con el páncreas, con el bulbo y con la ampolla rectal. Por el levantamiento del anarquismo incómodo: lo que es de uno es de todos, lo que es de todos es de nadie, lo que es de nadie es de uno.
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Comentarios
Pues yo estuve mirando en mi
Pues yo estuve mirando en mi interior y me encontré una moneda de dos euros. A saber cuántas lavadas llevaba ahí. Me gusta pensar en esa moneda como un ejemplo de mis inagotables recursos espirituales todavía inexplorados, promesa de un mañana mejor y más radiante.